La descomunal figura de la polifacética Celestina de los muchos oficios del texto clásico; la que hacía y deshacía, concertaba y urdía, cosía virgos, aplacaba dolores, concitaba los ocultos poderes, confeccionaba pócimas; aquella que era conocida y respetada, deseada y temida, por toda la vecindad de aquél supuesto poblachón manchego por el que arrastraba su viejo cuerpo y su mucho poder… se resiste, casi numantinamente, a encerrarse en el reducido espacio de un escenario. No nació para ello; el texto no se escribió para ser representado, y convertirlo en HECHO TEATRAL, es tarea difícil y harto arriesgada, a pesar del innegable valor dramático de todos los personajes que gravitan a su alrededor. La peripecia de los amores, finalmente trágicos, de Calixto y Melibea, fueron en su principio eje y guía por el que transitaba la historia –así se tituló tragicomedia de Calixto y Melibea pero pronto la vieja alcahueta, con sus resabios de hechicera, adueñándose de todo el protagonismo y, a pesar de que la historia no acaba con su muerte, consigue que su presencia, incisiva y perturbadora, persista hasta el suicidio de la desdichada amante.