La mayoría de las veces perseguimos el amor, buscamos o creemos seguir un camino que a él nos conducta sin darnos cuenta de que nos equivocamos y de que lo que creemos que es amor no es más que ese espejismo que nos produce la ansiedad, pero también la soledad o la nostalgia.
¿Quién nos marca ese camino o a dónde nos conduce? Siempre he creído en la causalidad, dejando a un lado lo que supone la casualidad. En mi novela, mis dos personajes, obviando el resto de los que de alguna manera son quienes les sitúan en cada momento donde deben estar. Es decir, fruto de la casualidad que se hará causal. Ninguno de los dos se busca y, sin embargo, se encuentran. Los acontecimientos que los hacen renunciar a sus propios proyectos, sus compromisos y sus trabajos les son ajenos. De nuevo, la casualidad los empuja a la feliz causa en la que al final se ven sumergidos.
El amor los busca, los une, los separa y los maneja, y ellos ausentes a los acontecimientos.
Armonía es puro amor, porque el amor es concierto…