La firma de José Rodao (Cantalejo, 1865-Segovia, 1927) fue, durante casi cuarenta y cinco años, un referente en periódicos locales de toda España. Maestro de escuela, autor teatral, fabulista, poeta y periodista festivo ingenioso y de talento, Rodao marcó una época, aunque su vida y su obra tengan hoy que abrirse paso entre las brumas del recuerdo. Estudió Pepe el Magisterio por tradición familiar más que por vocación y no tardó en abandonar las disciplinas para dejarse caer en los brazos de su musa alegre y retozona. A Madrid marchó en busca de gloria, pero regresó a Segovia, a su querida Segovia, a la que amó con pasión de hijo, empujado por las intrigas del mundillo literario y alguna que otra decepción. Fue íntimo amigo de Ignacio Zuloaga y Aniceto Marinas y uno de los integrantes del plantel de colaboradores del inolvidable Madrid Cómico. Carlos Álvaro desempolva la biografía de José Rodao, ahora que se cumplen cien años de la publicación de su mejor obra, Mis chiquillos y yo, y traza un apasionante viaje en el tiempo que nos sumerge en la Segovia de comienzos del siglo XX, una ciudad hermosa, decadente, levítica, hambrienta y muy necesitada de iniciativas como las que impulsó el propio Rodao: El Niño Descalzo, para la protección de la infancia desfavorecida, y la Biblioteca Popular Segoviana, útil herramienta al servicio de la democratización de la cultura. El espíritu irónico y burlón de Paganini —así firmaba en su juventud— subyace en estos versos que encierran una filosofía vital:
“El que en honduras se mete
vivirá siempre en un brete,
tristón y aburrido, y sepa
que la vida es un sainete…
¡Salud y viva la Pepa!”