Abrochándome el alma fui en busca de nuevos paisajes, pero se desmenuzó mi coraje, pues yo bien sabía que, sin ti, mis rarezas no querían viajar a ninguna parte.
De vez en cuando, mucho menos de lo que a un amante de las letras y del pensamiento le gustaría, aparece una obra de forma inesperada que desencadena una explosión emotiva y reflexiva en la mente de algunos lectores, por entrenados que estos estén. Por supuesto, se trata de algo puramente subjetivo, pero pasa. Al menos a mí me pasa. Sí, quizás suene pedante y prepotente que me autoconsidere un lector entrenado, pero esto, en realidad, tampoco quiere decir mucho. Cuando aparece una obra así, no existe tolerancia que atenúe el impacto. Pasa, y por eso mismo, porque pasa, lo mejor es disfrutar la experiencia y, sobre todo, trasmitirla.
Una de estas obras, pequeña en páginas, pero grandísima en sentido —y sensibilidad—, es la obra de la que quiero hablarles en esta ocasión: Cromatismos, de la autora Soco Cordente, publicada recientemente por la editorial Círculo Rojo.
Cromatismos es una obra de arte, pero no porque tenga una calidad extraordinaria, que la tiene, sino porque nace con la intención de ser arte, o al menos así lo he entendido yo. Claro, esto nos llevaría a dialécticas bizantinas sobre qué es el arte y demás, que, por supuesto, pienso ahorrarme. Pero, ¿por qué esta obra tiene pretensiones artísticas? Porque esa es la intención de su autora: utilizar sus letras, su rica poesía travestida de prosa, su voluntad creativa, para agitar las conciencias de sus lectores y hacerles, como mínimo, sentir y pensar.
Es más, en la propia introducción de la obra, en la que explica de una manera extraordinaria por qué este libro se llama como se llama, Cromatismos, expone a la perfección esto que les estaba contando. Los colores transmiten emociones; emociones que, además, parecen ser universales —recuerdo un estudio que leí no hace mucho en el que un grupo de etnólogos demostraban que gentes de muy diversas culturas coincidían cuando eran preguntados por la sensación que les producía un determinado color, lo que, de alguna manera, implica un universal humano, uno de los pocos que hay—. Y las letras, faltaría más, también transmiten emociones. Eso sí, hay que saber ordenarlas para que la magia nazca y actúe… Y los poetas —entendido el concepto de una manera muy amplia— saben perfectamente que determinados colores apelan en literatura a determinadas sensaciones, sentimientos o estados. Piénsenlo. Gris, negro, rojo, azul, blanco…
Hablando del blanco, maravilloso este fragmento de la introducción de Cromatismos: «Y blanco es el color del papel, de este invento que sucedió al papiro para la confección del libro. Del libro, que siempre ha sido un instrumento de la civilización y de la libertad, un elemento esencial para la libertad humana».
La libertad humana. Este es el otro elemento, junto a los colores o los sentimientos, que recorre transversalmente las páginas de esta obra. La defensa de la libertad, como es lógico, conduce tanto a una toma de conciencia de la realidad vital de cada uno —necesario punto de partida para construir y construirse—, como a una esperanza en forma de optimismo idealista —en el buen sentido de la palabra— y constructivo. Y ambas cosas se ven también en Cromatismos.
Mis letras gritan escribiendo entre un ir y venir de secretos, a riesgo de crearse enemigos por decir con vehemencia lo que pienso.
Por supuesto, no es mi objetivo desvelar más de lo necesario del contenido de esta obra. Si quieren saber más, tendrán que sumergirse en sus aguas, a veces mansas, a veces bravías, pero siempre reconfortantes y brillantes.
Sea como fuere, Soco Cordente, con esta sutil, breve, pero intensa obra de arte, nos muestra su alma y su ser más profundo —«He despertado, mi visión se aclara y por fin he vuelto a ser quien fui, por fin he vuelvo a ser quien soy y ahora me siento tan ligera…»—, y de camino nos invita a nosotros, lectores, a mostrarla, o, al menos, a que seamos capaces de aprehenderla. Eso es lo que hacen los buenos poetas, los arquitectos que construyen sentimientos y emociones con letras. ¿Poesía deconstruida de primer nivel que, atrevida, deja de ser poesía para convertirse en prosa? Da igual. Es lo que es. Un canto al amor, a la vida y al futuro. «El mundo no vuelve a ser el mismo cuando le agregamos un buen poema», dijo en cierta ocasión en gran Dylan Thomas. Sabía lo que decía.
No es nada nuevo, nací frágil, con la herida de la vida, como deshecha por fuera y con los años por dentro.
A veces logro encontrar la catarsis que me llena de gozo y alegría haciendo brillar mis ojos, y otras, se desintegra en profundo desconsuelo.
Cromatismos, en definitiva, es un libro vivo, ágil, colorista, coloreado, despierto, alegre, triste, risueño y, quizás, doloroso. Una grata sorpresa —si tenemos en cuenta, además, que procede de una autora muy joven— y todo un soplo de aire fresco en la narrativa española contemporánea.
Pero es que nunca he soportado no vivir…