Querido diario.
Cuando tenía nueve años soñaba con un universo lleno de magia. Me refugiaba en las estrellas noche tras noche, me esperaban para contarles cómo me insultaban, cómo me sentía en soledad. Cuando crecí descubrí el amor ideal, el soñado, el doloroso y la felicidad. Con veinticuatro años lloré en silencio en un tren alejándome de mi familia y acercándome a mi sueño. He echado de menos, he reído y he sentido en mi pecho una pistola empuñada por la nostalgia. Y a ti, en este cuaderno de bitácora de mi vida, puedo confesarte que en mitad de la pandemia mi corazón ha vibrado angustiado al borde de un precipicio dispuesto asaltar. Mañana amanecerá siendo otro día, prometo escribirte. Creo que he perdido otro calcetín… ¿Lo encontraré? Quizá alguna vez.
Esther