Al paso de Adolf Hitler por la historia lo ha caracterizado un experto como «una especie de explosión nuclear dentro de la sociedad moderna». En las concentradas escenas de esta obra dramática se muestran eventos representativos de ese tránsito devastador, desde las trincheras de Ypres al ruinoso búnker de Berlín, en el marco de las dos Guerras Mundiales. De modo sintético y vertiginoso se sigue su ascenso y caída y se exploran, a través de personajes ficticios —una familia judía, un escritor disidente— e históricos —sus grandes antagonistas: Churchill y Stalin— momentos y lugares
emblemáticos —la «Noche de los cristales rotos», Stalingrado, Auschwitz— en el desarrollo y el fin de eso que Joseph Roth llamó «la filial del infierno en la Tierra».
Por necesidad, la historia llevada a la esfera simbólica de la literatura aparece de modo distinto de la «historia misma», en una visión alterada pero acaso revelatoria de su substancia humana y espiritual. La tragedia, menos entendida en su sentido griego que
shakesperiano, y menos en una dimensión personal —su hórrido protagonista como gran catalizador trágico— que colectiva, intenta ahondar a través de la expresión poética en una figura y un período históricos como objeto de meditación sobre la potencia destructiva de la hybris y el vano y a la vez insondable misterio de la iniquidad.