Pese a que la fantasía es un género que ha sido sobrexplotado en los últimos años, no pasa de moda, y de vez en cuando aparece alguna obra que sacude sus cimientos y ayuda a refrescar la escasez de ideas que suele caracterizarle. Ágalaz, la sensacional novela de Francisco Montoro, publicada recientemente por la editorial Círculo Rojo, cumple ambos objetivos con creces.
Por un lado, es una novela de fantasía para jóvenes y/o adultos, y como tal, ayuda a romper los viejos clichés de que este género era cosa de niños. Ya lo dijo el gran J. R. R. R. Tolkien: «Creo que lo que llaman “cuentos de hadas” es una de las formas más grandes que ha dado la literatura, asociada erróneamente con la niñez». Ni la trama de Ágalaz, con una carga filosófica, moral y existencial nada común en este tipo de obras, ni el lenguaje, preciso y calculado, son «cosa de niños».
Ágalaz cuenta la historia de Adrián, un joven quinceañero que vive en un pueblo del sur de España, que no tiene una buena relación con su madre —como consecuencia del divorcio de sus padres— y que atraviesa una complicada situación personal y emocional —por el mismo motivo—, hasta el punto de convertirse en un joven irascible, violento y caprichoso. Esta terrible situación acabó provocando que su madre, Joaquina, cayese en una depresión.
Pero un buen día todo cambió… cuando un pequeño demonio sobrino de Satán, de 2138 años, se presentó en su casa. Se llamaba Ágalaz Hab-Sudi… y tenía la intención de llevarse a Adrián al inframundo, acusado de varios «delitos», como maltratar a sus familiares, consumir marihuana, acosar a sus compañeros en el instituto y ser un caprichoso. Y así fue como Adrián acabó en Efebia, «el infierno para adolescentes que no saben comportarse».
Y hasta aquí puedo leer. A partir de este momento, la acción se desarrolla de una manera sorprendente e inesperada, hasta llegar a un final que… Solo puedo decir que les encantará. No spoilers.
Esta obra es tan entretenida como misteriosa. Y eso es un punto que especialmente merece la pena resaltar, sobre todo porque los lectores ajenos al mundo de la narrativa juvenil de fantasía suelen considerar que se trata de obras facilonas y algo naif y no suelen otorgarle el estatus de «literatura». Craso error, sobre todo en este caso. Parece fácil, pero construir una historia como esta, sencilla en su contenido, incluso en la forma, pero compleja en cuanto a la creación de un clímax de misterio y la inclusión de una potente carga moral y ética, no es sencillo. Hay que saber hacerlo. Unos lo hacen siguiendo al pie de la letra el método, otros, como creo que es el caso de Francisco Montoro, lo hacen de manera innata. Como los grandes.
Además, Ágalaz incluye una gran lección, o varias, de la que todos podemos aprender: solo en situaciones incómodas nos desarrollamos para convertirnos en mejores personas. Si leen la obra, lo entenderán…
En lo formal, merece la pena destacar que el autor mezcla el lenguaje cotidiano y callejero de los jóvenes adolescente con el fantástico contexto en el que se desarrollan su pesadilla y sus aventuras; y no duda en tirar de elementos humorísticos para suavizar la trama, como si de válvulas de escape literarias se tratase. Por otro lado, su capacidad para recrear espacios y contextos es más que óptima y consigue que el lector se pueda identificar con la narración.
Pero hay varios puntos importantes más a su favor. Por ejemplo, que la acción —la parte ambientada en nuestro mundo— se desarrolle en España, en un pueblo del sur, rompiendo con una especie de norma no escrita que casi todos los escritores de este género suelen obedecer: situar la acción en países anglófonos (Estados Unidos, Inglaterra, Escocia o Irlanda).
Otro aspecto a destacar es el acierto de dotar a los personajes, especialmente al personaje principal, a Adrián, de una personalidad compleja, poliédrica, nada maniquea y con una amplia profundidad psicológica. Esto, por desgracia, no suele ser algo habitual en las obras de este género, y resulta llamativo, porque los recursos que proporciona este tipo de narrativa encajan a la perfección con determinadas pretensiones morales, como algunas de las que desarrolla aquí Francisco Montoro. Es todo un acierto usar una ficción fantástica para vehicular determinados aprendizajes sociales y éticos.
Además, la obra incluye una reflexión transversal y velada sobre la tradicional dialéctica entre el bien y el mal, separados por un fino hilo por el que caminamos todos los humanos, en mayor o menor grado. Adrián, nuestro protagonista, por motivos que no dependían realmente de él, cayó en el lado oscuro, aunque, curiosamente, desde el lado oscuro llegó la solución.
En resumidas cuentas, Ágalaz es una obra más que recomendable, tanto para los más jóvenes de la casa como para los adultos con mente abierta que siguen siendo niños. Les encantará.