Hay que reconocerlo. Los adultos, en muchas ocasiones, quizás porque hace tiempo que comenzamos a descender por esa empinada cuesta que llaman «madurar», solemos mirar con cierta condescendencia la literatura que, paradójicamente, le compramos a nuestros cachorros. Y lo hacemos, quizás, porque no nos damos cuenta de que este género, destinado en exclusiva a ellos —o no—, los más pequeños —entendido esto de «pequeño» de un modo tan amplio como, quizás, «equívoco»—, suele pivotar entre dos grandes intenciones: entretener y educar.
El rebaño de don Juan Tenorio; y de las bondades del silencio, esta preciosa obra de Mercedes Espeso, recientemente publicada por la Editorial Círculo Rojo, es tan entretenida como educativa. Y eso es un punto que especialmente merece la pena resaltar, sobre todo porque los lectores ajenos al mundo de la narrativa juvenil, como decía, suelen considerar que se trata de obras facilonas y algo naif, y no suelen otorgarle el estatus de «literatura». Craso error, sobre todo en este caso. Parece fácil, pero construir una historia como esta, sencilla en su contenido, pero compleja en la forma, especialmente en su lenguaje, y por la construcción de una trama que aporta a sus menudos lectores muchos aprendizajes sobre algunos temas tan interesantes como necesarios, no es nada fácil. Hay que saber hacerlo. Unos lo hacen de forma explícita y poco artística, como si se tratase de un libro de texto; otros, como es el caso de Mercedes Espeso, lo hacen de manera innata y subliminal. Como los grandes.
Cuenta una historia ambientada en un pueblo ficticio —aunque es un buen arquetipo de tantos y tantos pueblos— llamado Malpinto, de la comarca de Campos. Todo gira en torno a Felicidad, una niña tan dicharachera y divertida como curiosa y dinámica, hija de los panaderos del pueblo, la danzarina Amparo, famosa intercomarcalmente por su alabada repostería, y su marido, el enjuto y arisco señor Melquiades.
Por desgracia, Amparo falleció dando a luz a su hija Felicidad. Esto provocó un terremoto en el pueblo, donde, como en todos los pueblos, existían heridas sin cerrar pasadas de generación en generación como si de una carrera de relevos se tratase. La llegada al mundo de Felicidad y los acontecimientos que sucedieron a continuación acaban provocando que los protagonistas de aquellas antiguas contiendas no tengan más remedio que enfrentarse a la cruda realidad y pasar página de de una vez por todas.
Por supuesto, no es mi intención desvelar nada de todo este drama que, de alguna manera, está presente transversalmente a lo largo de toda la novela, ya que en torno a él se construyen algunos de los más importantes aprendizajes que la autora pretende exponer con esta obra, en este caso, lo absurdo de la cerrazón, sobre todo en lo emocional, y lo importante que son tanto el perdón como las conversaciones a tiempo.
En lo formal, merece la pena destacar que, como debe ser en una buena novela, los personajes se van construyendo como un engranaje al que se le van agregando, poco a poco, dosificada pero insistentemente, nuevas piezas. Y, como debe ser en una buena novela, se trata de personajes riquísimos, complejos, poliédricos y llenos de historia. Nuestra autora, Mercedes Espeso, va aportando y construyendo poco a poco los personajes de esta trama, y lo hace con calma, con la precisa intención de que el lector vaya empatizando de forma paulatina con ellos y consiga comprender sus pensamientos, sus intenciones y sus complejidades. En pocas palabras, para explicar quiénes son los habitantes de este libro —o de este pueblo— y, sobre todo, por qué son cómo son.
Se trata, en resumidas cuentas, de una novela de personajes. Pero también es una novela de espacios y de tiempos. Así, del mismo modo que la autora construye a sus personajes con la fina y metódica precisión de un cirujano literario, los enmarca en un contexto determinado que, como es lógico, influye tanto en la historia como en los propios protagonistas: un pequeño pueblo anónimo que bien podría funcionar como arquetipo del Pueblo —con mayúsculas— tradicional en el que todos pensamos cuando hablamos de «pueblo». Un pequeño pueblo que, ojo, vive rodeado de naturaleza, en plena comunión con el medio.
Pero hay algo interesante en la forma en que la autora cuenta esta historia: de alguna manera hace suyo algo que pone en boca de la narradora, la maestra, que bien podría funcionar como un alter ego suyo. En un momento de la narración, esta expresa que optó «por tomar una actitud filosófica ante la vida y mirarla con distancia, a ver si así la entendía mejor». El libro tiene mucho de esto, mucho de filosofía cotidiana, pero también de sociología y de antropología, disciplinas que también adoptan esa idea de la mirada distante, pero inmersiva.
De ahí que detrás de esta sencilla historia se escondan, como comentaba anteriormente, varias lecturas y aprendizajes más que interesantes. Pero, sobre todo, es un canto de amor a la naturaleza y una apología del modo vida de los pueblos; lo que implica, a la vez, una crítica al modo de vida urbanita —por llamarle de alguna manera, entiéndase—. Esto lo ejemplifica a la perfección un comentario de uno de los personajes, Benito, el pastor, el abuelo de Felicidad, que siempre comentaba que la gente de ciudad tenía sus cabezas llenas de ruido y que no les permitía escuchar nada, salvo a ellos mismos y sus «insípidos y egoístas pensamientos». En efecto. Ruido, «mucho, mucho ruido», como diría Joaquín Sabina. A mí esto me ha recordado a la clásica dualidad entre el individuo que busca serlo y una sociedad que, cada vez más, tiende a anularle; la lucha entre la ansiada soledad de los eremitas a lo Zaratustra y la pulsión por relacionarse con el otro, con los otros. Tanto la literatura como la filosofía han desarrollado esta terrible dicotomía.
Por supuesto, tampoco idealiza en exceso la vida en los pueblos, de la que también expone algunas críticas, como el afán metomentodo habitual, los cotilleos y el chismerío y los problemas que provoca la excesiva familiaridad extendida que se da entre los vecinos.
Por otro lado, merece destacar la apuesta que hace la autora por la medicina tradicional, a través de La Reme, una sabia anciana experta en los poderes curativos de las plantas y gran conocedora de las verdades trascendentales humanas. La Reme, sin duda, también tiene mucho de la autora…
En resumidas cuentas, El rebaño de don Juan Tenorio; y de las bondades del silencio es una obra tan sencilla como compleja y tan emotiva como reflexiva. Una delicia.