Son muchos los que recuerdan esas películas de acción protagonizadas por el rostro noventero de la época: Mark Dacascos, quien se había consagrado como estrella imprescindible del subgénero donde reinó su admirado Bruce Lee. Sus exóticas facciones y su gran capacidad marcial hicieron de él el actor perfecto que muchos esperaban como el heredero del legado de Jean Claude Van Damme. Desde su primer papel importante en la película de finales de la era, Cannon, American
Samurai (1992), Mark Dacascos ha sido un elemento fijo en el cine de acción. Hijo del afamado instructor de artes marciales Al Dacascos y de la artista marcial Malia Bernal, Mark se entrenó desde muy joven y a los dieciocho años llenaba su currículum deportivo con más de 200 participaciones en torneos de kung fu, muchos de estos en Europa, donde vivió cuatro años. Todo parecía indicar un futuro encima del tatami. Hasta que un día un productor se le acercó en la calle y lo invitó a mostrar sus habilidades delante de una cámara. A partir de entonces, las demostró en Solo el más fuerte (1993), Double Dragon (1994), Crying Freeman (1995) y Fuerza máxima (1997) entre muchas otras. Siguió entrenando mientras continuaba madurando como actor, consiguiendo papeles importantes en películas de culto como El pacto de los lobos (2001), Nacer para morir (2003) o John Wick: Parabellum (2019). Sus virtudes atléticas encajan perfectamente en el molde del cine de acción sin límites. Pero sus ambiciones van más allá de patadas y llaves imposibles. Quiere que le reconozcan como un auténtico actor: «los directores no se creen que pueda hacer un papel
dramático o cómico, pero espero demostrarlo», dice. Mientras espera cumplir su anhelo, este amante de la música soul, de las playas de Waikiki y del surf se lo toma con la filosofía oriental del monje budista que un día se planteó ser. Quizás, quién sabe, lo veamos dentro de muy poco declamando a Shakespeare.
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