Después de despedirlo de la que había sido su empresa durante dieciocho años, nuestro protagonista se adentra en el mundo de las drogas con la esperanza de superar su frustración, lo que consigue al coincidir una indemnización millonaria con el encuentro fortuito con una mujer, en apuros, que además de volver a hacerlo soñar con el amor hizo que se sintiera inmensamente feliz… Pero las drogas y la diversión ininterrumpida cuestan mucho dinero, por lo que en apenas dos años fundió todo su capital, lo dejó la novia, se quedó sin coche, perdió la casa y en muchos tramos de su vida también llegó a perder la dignidad. De muy feliz, en un abrir y cerrar de ojos, pasó a sentirse muy desgraciado (por su culpa, por su grandísima culpa), por lo que ahora le tocaba enfrentarse a su vil condición y luchar por otro trabajo, otra casa, otra novia, otros amigos que pudieran inyectarle el coraje necesario para no desfallecer. Sin embargo, su mala fortuna en todo lo impulsaba una y otra vez a la mendicidad, que a falta de un trabajo, o de la ayuda de una mano amiga, era lo único que sabía hacer para seguir sobreviviendo a cualquier precio y en cualquier rincón de la calle.