Nuestra sociedad actual vive, y ha vivido, basada en la apariencia, como modo intruso exportado de un modelo estadounidense. Basamos nuestra existencia en lo que somos, en vender una imagen de nuestras vidas basada en la felicidad, el consumo y el constante vanaglorismo del yo. No me mal interpreten. Creo en la expresión y divulgación de la felicidad, creo en el amor propio como herramienta de lucha y rebeldía.
Pero es por esta misma ideología, por lo que tan fuerte nos ha sacudido esta amarga crisis, conmocionándonos a todos. Creíamos vivir en un mundo idílico donde todos podían tenerlo todo sin preocupación alguna. El mundo era perfecto, degenerando en una corriente existencialista basada en la bipolarización de los sentimientos, durante mucho tiempo y aún hoy: la soledad, la tristeza, la melancolía, el desamor, los sueños inalcanzables… se ven como “sentimientos malos” que hay que extirpar de nuestras vidas y no mostrarlos a nadie. Porque la tendencia establecida es ser feliz en esta sociedad del bienestar y reprimir ese derecho a la tristeza o, como mínimo, ocultarlo a ojos ajenos.
Esta obra entra en contradicción rotunda con estos conceptos preestablecidos, dividida en tres partes: Amor, Tristeza, Sueños. Busca mostrar la belleza poética de los sentimientos tildados como “malos”, la belleza de lo imperfecto. Reivindica la necesidad de tener y divulgar abiertamente estos sentimientos como parte del crecimiento emocional e intelectual del ser, así como camino que nos guía hacia una experimentación necesaria para constituir el tipo de personas que seremos.