En el inicio del siglo XIV, las fronteras de Guipúzcoa, Álava, Navarra y Castilla eran un hervidero de ataques mutuos por parte de salteadores y bandas organizadas. Siempre bajo el patrocinio de los señores de la guerra y nobles sin escrúpulos que saqueaban las zonas limítrofes.
Los judíos eran propiedad de los reyes, separados en aljamas en la periferia de villas y ciudades, empezaron a sentir la presión de la curia católica, acusándolos de todos los males de la sociedad cristiana.
Los saqueos y matanzas hacia los hijos de Israel en diversas ciudades de Navarra, por chusma airada, provocaron linchamientos y muertes que quedaron en su mayoría impunes.
En este entorno, Roman, hijo de Isaac ben Yôhānnān, tendrá que luchar por mantener su doble espiritualidad. ¡Ser un converso y aceptar a Jesús de Natzareth! ¿O seguir siendo un judío fiel a Moisés y la Torá? Para acabar siendo realmente ¡un anusim! (un forzado).
El conde Beltrán Ibáñez de Guevara y señor de Oñate guiará su crecimiento como caballero, junto a Felipe, capitán del castillo de Guevara, lo instruirá en la caballería y en el manejo de las armas.
Entre estas luchas fratricidas de caballeros y la desesperada búsqueda de su auténtica identidad, el hombre judío se preguntará constantemente: ¿Quién soy? ¿Álvaro el converso? ¿O Roman el judío? Y el amor como vínculo eterno de todo ser humano.