Mi jubilación me da tiempo para recordar una vida intensa, viajera, muy libre e independiente, sin compromisos familiares, no porque no me hubiera gustado haberlos contraído, sino porque no surgió y el tiempo lo aproveché entre errores y aciertos. Llevo soñando años con mi retiro en el sur, irme donde se pone el sol, seguirlo como una quimera de destino, pero cada vez lo dilato más porque el norte mira más a su lado del amanecer…, a la esperanza, porque mi cultura tiene más que ver con pasar el sol y disfrutar de su mediodía en Villadiego, Burgos, mi pueblo e identidad. Mis siete décadas no me impiden aún perderme con mi moto de trail por parajes ignotos, sentir la libertad y el contacto con el viento sobre dos ruedas, apasionarme con la música de las grandes orquestas, con un juego como el baloncesto, con mil aficiones y, sobre todo y aún, con la pasión por vivir. He pilotado
mi ultraligero, navegado con «El Villadiego» por el Cantábrico, atravesado Europa hasta Cabo Norte en solitario, en mi autocaravana. Todo es poco en comparación a los planes que me van llenando el tiempo.
Mi vida laboral la desarrollé en la administración, de donde, como en todo lo que hago, me he llevado entrañables recuerdos y grandes amigos. Como dije en mi libro Dársena de Poniente, quisiera, con quien me ha traído más paz, sentarme en el borde del mundo con los pies colgando y seguir haciendo planes para llenar la eternidad de ilusión.