Recuerdo entusiasmado aquellos días en los que un humilde quinceañero llenaba su cabeza de sueños a la misma velocidad que su raudo y jovial torrente sanguíneo recorría su cuerpo.
Eran días de luz, de noches estrelladas, de sanas curiosidades, de hormonas pidiendo paso. Días de pequeñas responsabilidades, de llantos alegres y risas profundas. Corrían los días del primer beso, del primer amor, de planes futuristas que no entendían de obstáculos, de ser uno mismo. Eran días auténticos, poco antes de la gran mentira.
Escasos años después el mundo se sinceró, mostrando su verdadera cara. Fueron y siguen siendo días oscuros, de noches en vela, de miedos insanos, de llantos profundos y risas de carnaval. Corren los días de los besos de alquiler, del amor que nunca llega, de planes frustrados y gigantes obstáculos, de fingir para ser alguien. Son días artificiales, inmersos de lleno en la gran mentira.
Bienvenidos a la sociedad nuclear.