El año (y pico) que vivimos peligrosamente, con la COVID-19 en la puerta de casa (o, peor, dentro de ella), nos ha brindado la oportunidad de detectar unas pequeñas alteraciones en nuestros hábitos diarios que corrían el riesgo de pasar inadvertidas ante la magnitud de la tragedia. La ciega crueldad de la pandemia no nos ha quitado la posibilidad de pensar, sentir, recordar, observar e incluso de sonreír tímidamente. Un notario sospechoso, una psicoanalista higienizante, un paisaje cántabro, las calles de Bolonia y la severa auctoritas del presidente de una comunidad de vecinos: estos son solo algunos de los protagonistas de los capítulos de este libro. Tomadlo como una caja de píldoras homeopáticas antiestrés, de las que compras con curiosidad y sin mucha fe científica. Esta es su aspiración, la de ofrecer a sus lectores un rato corto y apacible sin perder el vicio, muy humano, de reflexionar sobre la magia inagotable e imprevisible de las pequeñas cosas.