“Tal vez se había mirado fijamente al espejo durante demasiado tiempo, hasta llegar a no reconocerse, o quizás fuera una fatídica lectura, una paradoja para la que no estaba preparado; poco importaba, el caso era que lo había comprendido. Lo había comprendido, muy bien, pero entonces venía lo más difícil: soportarlo.”
Álvaro, un conocido profesor de filosofía, lleva más de un mes encerrado en su piso, rodeado de sus propios deshechos, con la cabeza repleta de ruido. Escucha sonar el teléfono a diario, siempre el mismo patrón de llamada: siempre a la misma hora, siempre el mismo número de tonos. Coger el teléfono supondrá enfrentarse a lo absurdo de la interacción, al sexo, a la familia y, lo que es aún peor, a sí mismo.
Todo filósofo busca una primera certeza sobre la que edificar su método, y en esa desesperada búsqueda se hace inevitable el recuerdo. Lo primero es el recuerdo; lo anterior al recuerdo se llama padres. El protagonista de esta novela se llama Álvaro, y lo esencial se remonta a su cortijo; es decir, al cortijo de su padre.