Desde la más remota antigüedad, el viaje ha sido usado como metáfora de la aventura tan maravillosa como difícil que es vivir, aunque también como representación de ese otro viaje interior que todos, de alguna manera, emprendemos en busca de nosotros mismos. Existen cientos de ejemplos literarios y cinematográficos, desde La Odisea de Homero al propio Quijote, desde Easy Rider a Thelma & Louise —todas las road movies, de alguna manera, siguen este patrón—. Es un recurso brillante que permite vehicular y transmitir algunas historias de evolución, introspección o superación. El propio Camino de Santiago, al margen de las motivaciones religiosas —que en la mayoría de los casos no son las principales—, viene a mostrar esta idea. De ahí que también haya muchas novelas ambientadas en esta ruta de peregrinación.
Pues bien, esa doble vertiente del viaje metafórico (la huida en busca de un nuevo camino vital y la búsqueda de uno mismo) van de la mano en esta brillante y filosófica novela que pretendo reseñar, No solo existe el azul, ópera prima de Bárbara Serván Llera, publicada recientemente por la editorial Círculo Rojo.
La obra está narrada en primera persona por Deva, la mejor amiga de Nora. ambas de veintiún años. Deva no estaba pasando un buen momento existencial, a lo que no ayuda estar sin trabajo y con el número pi en la cuenta bancaria… Pero todo cambia cuando un buen día Nora le invita a que le acompañe en un viaje a Francia «sin fecha de vuelta»… con salida en una hora y con el objetivo de cambiar de aires. Deva acepta, y así comienza esta aventura.
Dicho y hecho. Las dos jóvenes emprenden camino desde su Extremadura natal hasta el País Vasco francés. Por supuesto, no voy a desvelar nada esencial sobre el contenido de la trama, o al menos nada que no aparezca en la sinopsis. Pero es importante comentar el quiebro, el giro, que cambia por completo la historia. Solo así se podrán hacer una idea, queridos lectores, de qué camino coge la obra. Así, a partir de su llegada a Francia, las dos jóvenes vivirán un montón de situaciones sorprendentes, hasta que de pronto sucede algo que hará tambalear sus vidas: Deva sufre un terrible accidente que le llevará a estar en coma durante un tiempo. Cuando despierta, todo ha cambiado, porque ella ha cambiado… Sus nuevas circunstancias harán que se replantee por completo su existencia.
Por lo tanto, como ya adelantaba, se trata de la crónica de una persona —o de dos— en busca de su libertad, en busca de sí misma o, quizás, tratando de huir de sí misma. Pero, además de contar una bonita, intimista y preciosa historia, la obra contiene numerosas píldoras de sabiduría que conducen a interesantes reflexiones. Si les parece, y siempre evitando desvelar más de lo necesario, les comentaré algunas:
«Antes del aprendizaje es necesario el caos», entendido este, o al menos así lo veo, como la ausencia de orden. Es decir, aprender, de alguna manera, es ordenar, es categorizar, establecer o asumir determinadas patrones y determinadas leyes que rigen el devenir, que marcan el orden, que rompen el caos. Y esto es más cierto aún si hablamos del aprendizaje personal o del autoconocimiento, lo que nos lleva, de nuevo, al viaje como metáfora de la búsqueda introspectiva.
«En el silencio de la humanidad solo se escucha hablar a dos tipos de locos: los que no tienen certeza de nada y los que creen saberlo todo». Así es. Ya lo dijo Sócrates con la ironía que le caracterizaba: «Solo sé que no sé nada». El sabio ateniense no quería decir realmente que no supiese nada. Más bien, quería expresar que sabía muy poco si se comparaba con lo que le faltaba por saber; y además, que ni siguiera podía estar seguro de lo que sabía. Esto, además, guarda relación con algo profundamente humano, demasiado humano: el efecto Dunning-Kruger, un sesgo cognitivo que, sintetizando, consiste en que los ineptos no calibran bien y sobreestiman sus habilidades —o conocimientos—, mientras que los competentes y sabios tienden a subestimarlas. Como la vida misma. Sea como fuere, esta brillante reflexión de Bárbara Serván Llera tiene su versión en la cultura popular y refranera —una fuente de filosofía inagotable—: «La ignorancia es muy atrevida».
«Así que, si me ves derrumbarme, no me compadezcas, coge asiento en primera fila y observa de qué manera me levantaré esta vez». Poco que decir. Esa es la actitud.
Podría citar decenas de sentencias de este estilo, sin tener en cuenta el gran número de reflexiones y planteamientos filosóficos que la propia protagonista, Deva, se plantea a sí misma después de recuperarse del coma tras el accidente. A partir de ese momento, el libro adquiere un tono existencialista brutal que, sin remedio, recuerda a muchas de las grandes novelas de esta corriente de pensamiento, como La Náusea de Jean Paul Sartre o La peste de Albert Camus.
Y otras muchas ideas que no se concretan en ninguna frase: lo tóxica que resulta la autocompasión o la no aceptación de que somos capaces de hacer muchas más cosas de las creemos y de salir de pozos que considerábamos especialmente hondos; lo injusto que es prejuzgar a las personas sin molestarse a conocerlas; la importancia de entender y asumir que hay que vivir la vida y llenarse de todas sus experiencias, incluidas las amargas; de expresar los sentimientos, tanto para los demás como para uno mismo; de provocar cambios si queremos cambiar, valga la redundancia, una mala situación, en vez de dejarnos seducir por la desidia y el conservadurismo; de mantener una actitud positiva y, al menos, llena de seguridad ante cualquier circunstancia vital —un ejemplo brutal, sin hacer mucho spoiler, es cuando Nora pone de moda entre la muchacha un jersey con la palabra «SATURDAY».
De alguna manera, esta es la idea que atraviesa transversalmente la obra: la vida puede cambiar en cuestión de segundos, para bien o para mal. Este hecho obliga a tomar postura. O nos mantenemos en nuestra de zona de confort, en un vano intento por evitar posibles problemas con el exterior; o nos lanzamos a vivir la vida, asumiendo el riesgo, con una actitud optimista y con la libertad por bandera.
Pero, sobre todo, esta obra es un canto a la amistad, lo que implica, de alguna manera, un desarrollo de lo que antes comentaba; es decir, es un canto a la vida, ya que la vida, sin amistad, no es vida.
Les podría haber hablado, desde una perspectiva puramente formal y literaria, de la rica y descriptiva prosa que emplea la autora, de su capacidad para construir personajes complejos, ricos y poliédricos —ojo a Cedric, el «milloneti»—, de sus brillantes y genuinos diálogos o de cómo describe los ambientes en los que se desarrolla la trama; pero he preferido enfocar esta reseña en el aspecto reflexivo, que es, sin duda, lo que más me ha impactado de este pequeño gran libro.
En resumidas cuentas, todo un viaje literario, emocional y reflexivo que se lee en un santiamén y que les llevará, si se atreven a sumergirse en sus aguas —con cuidado—, a pensar y a meditar de la mano de Deva y Nora; algo que, aunque a veces duela, siempre es sano. Eso sí, esta novela es mucho más, ya que, aparte de esta lectura más profunda y reflexiva, es muy divertida y entretenida y, por supuesto, apta para cualquier tipo de público.
PD. También he pensado siempre que Hendaya tiene nombre de Pokemon, o de personaje de un manga.