El trasfondo puede resultar pedagógico cuando se trata de la infundada vanidad como de la humildad de algunos personajes, no exentas las descripciones de sentido del humor, atreviéndonos incluso a discrepar con las normas formales establecidas, aportando criterios propios, por supuesto, racionales y de sentido común, con el contraste histórico correspondiente, así como describiendo tradiciones que, en su momento, estaban adheridas en el cotidiano vivir, teniendo necesidad de intentar involucrar a la sociedad en una perspectiva futura a lo mejor escasamente halagüeña y que, sin embargo, pueden mitigarse sus resultados escasamente alentadores si se pusiera remedio, claro.
En una de las historias, aparece una joven maestra, doña Mencía, que se adelanta a su tiempo con sus aportes sabios y pedagógicos y, por supuesto, las cabales vivencias de un entrañable personaje muy humilde y real que estaba fijado en nuestra mente como merecedor para hacerlo trascender alguna vez y perecedero en el tiempo; y si de datos de relieve histórico se tratara, como en casi todas los relatos sucede, por supuesto que se aporta la fidelidad de su respectiva fuente, con la novedad casi exclusiva de hacer aparecer, con su propia historia, al gurriato, en decadencia existencial y gran conocedor del hombre, como a tantos animales les está pasando, pero ubicados estos en un entorno que solo ellos hubieran podido captar como idóneo para su propia subsistencia.
Y decir que este libro con sus veintiuna historias lo escribí en campo casi abierto, en el soportal de la casa, en La hoja, 17 metros detrás de la alberca y su entorno arbolado, de ahí la inspiración continuada y título del libro, propuesto por mi querido amigo Jenaro Talens, sugerido en cuanto vio, aunque solo fuera en retrato, esta belleza, siendo Jenaro un eminente hombre de las letras, grandísimo poeta, Premio Nacional Loewe, catedrático y ensayista y traductor, amigo y compañero en la Blume (exquisito velocista internacional); y sin olvidar a otro erudito y magnífico atleta, Félix Delgado de Robles, que, sin haberse puesto de acuerdo, por su cuenta, me aconsejaron ambos idéntico título.
Y, así, tras el idílico asentamiento de la mesa en la misma pérgola y su bellísima perspectiva cercana, las paradas de la pluma entre párrafo y párrafo, pensamiento tras pensamiento, con los útiles indispensables, lejos de mirar a las musarañas, la inspiración siguiente no tardaba en llegar. Al menos yo la he obtenido mejor aquí, cautivados los sentidos por el verdor del entorno, de los árboles, de los continuados escarceos y cantos de la variedad de pájaros que acuden, pues, no en balde, aparte de no fustigarlos, les tengo agua renovada todos los días y la comida no suele faltarles; y, sobre todo, como dije al principio de este párrafo final, la alberca, circundada de cipreses, encinas, alcornoques, madroñeras y hasta tres algarrobos, y el árbol del amor, que, con solo mirarlos, llega la inspiración y el avance consiguiente, y continuado y más cerquita por los legendarios olivos bicentenarios, las altísimas palmeras y el viejo almendro, aunque este esté dando muestras ya de su natural decrepitud por los largos años vividos.
(El autor)