Si consideramos el acceso a Internet un derecho universal, de igual forma lo es conocer la huella de carbono digital que generamos.
De ser un país, la industria digital sería la cuarta nación con mayor polución del planeta. En oriente y occidente, en el último lustro, distintos informes independientes advierten que el consumo energético de nuestro ecosistema digital no es sostenible con respecto al suministro de energía y materiales que requiere.
Se trata de una contaminación ambiental que, al no verla, la relativizamos. Nuestro mundo digital genera una huella de carbono que apenas estamos comprendiendo.
La polución digital seguirá creciendo porque el cuerpo físico de Internet, todas sus industrias —entre ellas la minería, ensamblaje, centros de datos, infraestructura de cables, satélites, basura electrónica, software— y componentes demandan considerables cantidades de energía, además de minerales cuyos procesos de extracción son complejos y contaminantes.
Significa que la industria digital no es carbono neutral. Su cadena de producción está enroscada en la energía fósil: es carbonácea.
La dependencia y sumisión que hemos creado en torno a la industria digital provoca que nos extraviemos en la luz azul que emana de la más preciada de todas nuestras deidades: la digital. La singularidad que nos otorga —adictiva— nos lleva a un momento decisivo en nuestra evolución.
A raíz de la COVID-19, la aceleración digital ocupa un lugar prioritario en la agenda de países, industrias, sociedades y gobiernos. Pero su interacción con los temas de impacto energético y cambio climático es soslayado. En el peor de los casos, es silenciado por los distintos actores que intervienen en la cadena que configura la industria digital.
Reducir y fiscalizar la huella de carbono digital requiere volver a la capacidad del pensamiento crítico para cuestionar la utilidad de nuestros comportamientos relacionados con la compra, consumo de objetos y servicios digitales. Además de acordar una metodología universal que arroje claridad sobre la realidad de una huella de carbono creciente.
En este contexto, la sobriedad digital surge como una posible respuesta.