Unas cuantas décadas atrás, el genial poeta argentino Baldomero Fernández Moreno dijo —o escribió— lo siguiente: «Ante la poesía, tanto da temblar como comprender». Con estas ocho palabras resumió a la perfección lo que marca la diferencia esencial entre poesía y prosa. Sí, claro que mucha prosa puede agitar del mismo modo la razón y la emoción, pero no tiene por qué ser siempre así, no es su finalidad última. En cambio, la poesía, sea más o menos buena —y eso, como siempre, es cuestión de criterios y de gustos—, sí toma siempre ese doble camino: busca emocionar al lector, hacerle temblar, y lo hace desde la emoción desbordada del poeta, siempre manifestada a través de sus versos. Para ello, se puede mostrar explícito o metafórico, pero, en cualquier caso, en ambos casos, es importante comprender su código, algo que exige al lector, especialmente al lector entrenado, hacer un ejercicio de hermenéutica. Y ahí es donde entra la razón…
El pequeño librito que vamos a reseñar hoy es un ejemplo perfecto de esta fascinante conjunción entre razón y emoción. Se trata de Mandrágora y los duendes, una antología poética del poeta argentino Luciano Jourdan, recientemente publicada por la editorial Círculo Rojo.
Por un lado, Jourdan juega desde un primer momento con el lector, proponiéndole el reto de descubrir quiénes son los personajes que dan título a la obra. A Mandrágora le dedica el primer y maravilloso poema. Pero ¿quién es? Tendrán que leer la obra para entenderlo, aunque quizás esta estrofa ayude:
Es la madera que resiste
aun cuando las cosas se ponen pesadas,
aun cuando la vida es rencorosa.
¿Y los duendes? A mi entender, de alguna manera, representan a muchos humanos de determinados colectivos sociales. Serían los nadie, los outsiders, los que deambulan por la vida sin terminar de comprenderla, los suicidas eternos e incapaces de terminar la faena —«todavía colgado del cuello y sin caer»—, los rebeldes con/sin causa, los amantes de la verdad y, sobre todo, de la justicia, los que no pueden encontrar tranquilidad ni sosiego en este mundo en ruinas, los que viven la vida pese a que sea tan jodida… Algunos de los versos que dedica a estos seres son realmente geniales. Ahí van algunos ejemplos del Duende errante:
Cree que es mejor estar podrido / antes que lo juzguen de maduro o inteligente.
No se queja, pero se enoja; / siempre está molesto, / y es que la pilcha del sistema / le queda incómoda y para la mierda.
Rinde homenaje a la bronca / mientras brinda con amigos muertos.
Por otro lado, la obra desarrolla un buen número de temas de muy diversa índole, pero siempre con un tono muy cercano a la filosofía, ahondando pues en esa idea que comentaba antes de la dicotomía razón/emoción. Los ejemplos serían innumerables, pero, puestos a marcar algunos, el poeta nos propone atinadas reflexiones sobre la importancia de no dejarse seducir en exceso por los cantos de sirena de los sueños («soñar no hace bien si te olvidas la vida»), la introspección y la búsqueda interior («el pibe que alguna vez fui apareció diciendo que siempre estuvo dentro de mí»), el paso del tiempo, la nostalgia, los cambios vitales y las personas perdidas («No los extraño, pero tal vez me hubiera tomado algo por última vez con ellos»); la crítica social reflexiva («Hay que desorientar a los tontos, hay que intercalar su estupidez y destrozar sus absurdas intenciones devastándolos con elegancia y sin piedad»), el modo de vida contemporáneo, las drogas, la posibilidad del amor y la amistad, el sinsentido y la náusea existencial («Por momentos me deshago y junto las piezas para componerme esperando no volver a desmantelar mis instintos»), etc.
Pero, además, es pura emoción. Es suficiente con leer algunos de sus brillantes poemas (por ejemplo, El muchacho, El reflejo del demonio mudo, Por eso escribe o, especialmente, Autopoema a mi silencio, por citar solo algunos) para captar y apreciar el despliegue emocional que desarrolla el autor en muchas ocasiones, pero siempre con una carga reflexiva importante.
Sus ánimos son malditos, sin codicia y con crueldad.
Puntualmente lo que siente tiene un único sentido
y, aunque a veces las cosas no salgan como las espera,
sigue fiel a lo que le dicta el corazón,
dejando de lado a su caníbal cerebro,
permitiéndose así, por un momento,
sonreír…
En resumidas cuentas, se trata de una obra extraordinaria, vitalista, pero agria a la vez; preciosista, pero dura, contundente, perturbadora e inquietante. Un auténtico despliegue de genialidad poética que, sin duda, no dejará indiferente al lector valiente que se atreva a adentrarse en sus agitadas aguas.
Buen viaje.