Carlos Dauder se había hecho mayor. Había abandonado su antigua oficina y se había instalado en un punto más céntrico de Barcelona ciudad. El volumen de su negocio había mermado. Seguía atendiendo investigaciones, pero de poca monta. Carlos había superado los cuarenta años y se encontraba en ese punto donde le afluían muchas indecisiones y dudas sobre el futuro inmediato de su agencia de detectives privados. No obstante, pensó que debería encontrar a un nuevo detective, porque de esa forma podría atender más contrataciones de investigación. En un diario de la ciudad contrató una demanda de personal. A los pocos días, se le presentó una mujer muy bella, de profesión abogada y con un currículo que le ofrecía garantías de un buen fichaje. La mujer conocía a Carlos de referencias. Lo que él no imaginaba era el origen de ese conocimiento, que le sorprendió mucho al conocerlo. Ella se llamaba Leonor Casademon.