Esta es la historia de un «superhombre» que existió de verdad, un Gigante de los Pirineos aragoneses que desde España llegó a fascinar al mundo de principios del siglo XX. «Era capaz de levantar pesos que entre cuatro hombres fuertes de la época escasamente eran capaces de mover». Así lo describe Miguel Ustáriz, el párroco de su pueblo natal Sallent de Gállego (Huesca) en una partida de fallecimiento atípica por entonces, como lo fue la propia vida del hombre que describía en esa partida. Era el fallecimiento del gigante, artista y jotero aragonés Fermín Arrudi Urieta (1870-1913), conocido popularmente como «El Gigante Aragonés», mundialmente como «El Coloso de las montañas» y en la intimidad como «El Tío Fermín». Aparte de sus hercúleas fuerzas, era capaz de correr casi a la misma velocidad que un caballo de carreras. A finales del siglo XIX, recorrió exhibiéndose y actuando toda la geografía española, y después lo hizo en Francia, Austria y Alemania, donde los médicos y científicos alemanes y austriacos le hicieron las medidas anatómicas, describiendo sus medidas oficiales en 2,29 metros de altura y 170 kilos de puro músculo, calificándolo como un «Superhombre» y «el Gigante más proporcionado que había conocido la historia hasta ese momento».
Fue capaz de vencer en un solo asalto a un campeón del mundo de lucha grecorromana, y años después, cuando visitó Norteamérica, lo bautizaron como «The White Hope», la gran esperanza blanca, organizando en Nueva York un combate de Boxeo con el Campeón del mundo de los pesos pesados «Jack» Jones que no se llegó a celebrar.
A su impresionante fuerza física, había que añadirle su capacidad intelectual, aprendió francés perfectamente. Era capaz de tocar todo tipo de instrumentos de cuerda que caían en sus enormes manos y tenía una increíble memoria. Nunca se olvidó de difundir la jota aragonesa allá donde estuvo. En sus últimos meses de vida, no teniendo descendientes directos, e intuyendo que le quedaba poco tiempo, fue consciente de que su impresionante vida no había quedado escrita en un diario, por ello, se apresuró a contar a sus sobrinas Carmen y Julia la parte desconocida de sus andanzas por el mundo, para que mediante la tradición oral, algo tan nuestro, su memoria quedara perpetuada en la conciencia colectiva de sus descendientes para que ahora, más de un siglo después de su muerte, sus memorias pudieran darse a conocer al mundo de esta forma.