David Ríos es como escribe, sus poemas son él y su circunstancia, su genial interpretación de la vida, que va viviendo a su manera: inquieto, aventurero e indómito, transmite a quien oye su voz o lee sus versos, pureza y cercanía.
Su trayectoria vital lo lleva siempre al límite, convirtiéndolo en un auténtico «intelectual de frontera», de esos que no pueden ser ortodoxos.
Navegando con David, en el barco poético de su vida, nos vamos con él de viaje. De crucero, en ese buque que más tarde se hizo tan famoso y dando el salto a Australia, lugar tan lejano de su Cádiz y de su Melilla, que está en las antípodas y al que se huye para descubrir que allí todo es idéntico a lo autóctono, como pasa también en esos burdeles donde se refugia la última brizna de cariño que puede acariciar el perdedor. Paraísos perdidos, evasiones banales, paisajes edénicos, de los que siempre se vuelve, siguiendo el camino que nos marcan las migajas que dejamos al ir.
Es la poesía quien nos guía y nos permite volver al único lugar en el que estamos a salvo y que todos tenemos al alcance de la mano, aunque no todos sepamos dónde está… todavía.
Mate del Loco, además de arte, de emoción, de biografía, de viajes, de ornitología, de hetairas, de terrores, de tedios y de guasa, hay una arma letal, asequible y maravillosa que, cuando la tenemos en nuestras manos nos hace decir, como los legionarios al entrar en combate: «no tengo miedo» y paladear el éxtasis creciente de sentirnos llenos de luz y agudos como la punta de una espada.
Lorenzo Correa Lloreda