Soy una murciana que nació hace 36 años con un pan bajo el brazo. O mucho más que eso. Con la panadería entera.
Tuve la gran suerte de que mis padres me quisieran tener en sus vidas desde el instante en que supieron que yo existía. Daría lo que fuera por tenerlos siempre conmigo. Ellos son mi todo.
Desde siempre, mi casa estuvo llena de familiares muy mayores. Daba gusto escuchar y aprender de esas reuniones tan sabias y amenas.
Nunca olvidaré los días en que mi abuela paterna me enseñó a persignarme y a amar la poesía. Gracias, mi querida abuela Josefa.
Desde entonces, no he sabido amar otra cosa.
Crecí en el campo. Rodeada de almendros, parras, limoneros, perros, palomas y gatos.
Tuve una dulce infancia donde la sensibilidad y la rareza ya apuntaban maneras en mí.
Tenía un hambre voraz por descubrir todo lo que me rodeaba. Era muy tímida, pero mi imaginación no. Aprendí a leer en casa y prefería pintar, ver los dibujos animados y estar con mis animales, antes que jugar con otros niños. Me apasionaba devorar libros mientras creaba mundos a mi medida.
Mi timidez desaparecía en las clases de Lengua del colegio, donde leer en voz alta para mis compañeros me daba seguridad y mucha paz.
Un día, mi maestra le dijo a mi madre que yo sería una gran comunicadora. Cómo te agradezco esas palabras que tanta fuerza me han dado siempre, y cuánto me acuerdo de ti, Charo.
Porque ahí empezó mi hambre literaria, mi pasión. Y en ello sigo, palpitando entre la poesía y la comunicación. No sé expresarme de otra manera. Ni quiero