Greta es una mujer madura, algo histriónica e imprevisible, que trabaja como auxiliar de sala en un museo. Desde la distancia y el silencio, a lo largo de los años, ha ido adquiriendo una inevitable experiencia en el arte de observar todo lo que acontece. Recuerdos de su infancia, reflexiones, ensoñaciones y anécdotas se entremezclan de forma digresiva, fragmentada y fugaz durante las horas que pasa en las salas. Rodeada siempre de obras de arte, el mundo de Greta adquiere dimensiones ilimitadas en su aparente inactividad. Su fascinación por lo oriental la llevará a establecer un profundo paralelismo descriptivo con Sei Shônagon, autora de El libro de la almohada. Así como de su inusual punto de vista de la sociedad actual, tan parecida a la que pudiera existir en el Japón de hace mil años. Su amor a la belleza como atributo ineludible de la sabiduría le hará, incesantemente, recurrir a ella a fin de encontrar respuesta a todo aquello que no logra entender. La salvará de la soledad y la rescatará de todo tedio. Siempre en continua exploración de su entorno y desde la infinita red de analogías que se entrelazan, no exentas de ironía, en su bitácora diaria. La creación es descubrir en el otro quiénes somos. Por esta razón, Greta vive presa del asombro, al comprender que en el universo todo funciona por analogía.