Sonsoles, hija única de los señores del pazo de La Colipinta, era conocida por los lugareños como una sanadora de su laguna salada. El señor de La Colipinta, sabiendo que aquello no era del todo incierto, intentó desligar a su hija de la leyenda que se difundía en el entorno, contenida en el soneto que se muestra en las páginas de esta novela, alejándola del lar y permitiendo su boda con Augusto, que implicaba establecerse en sus tierras de Mardorill (Navarra).
El barón de Mardorill tenía a sus espaldas suficientes experiencias amorosas como para saber que el sentimiento que la joven le despertaba era innovador y sincero. Cada palabra y gesto de ella removían en su corazón las mejores aptitudes. Al contemplarla, se desbordaba de ternura y emoción con una imperiosa necesidad de protegerla y tenerla a su lado…
El tiempo transcurría y las obligaciones de Augusto le impedían supervisar debidamente la explotación de los viñedos de Galicia, ahora a su cuidado, por lo que resolvió trasladar con sus abuelos a su segundo hijo, Álvaro, e intentar que adquiriera de ellos la formación adecuada para hacerlos prosperar.
Augusto poseía en Andalucía una hacienda heredada de su madre. Al cumplir su primogénito, Santiago, la edad adecuada, decidió enviarlo al sur para asumir su dirección por un tiempo; sus dehesas lindaban con las de sus primos. Al conectar con personajes que se integraban en su vida, Santiago se enamora de una campesina y, desoyendo la opinión de los familiares, se casa con ella.
Al recibir noticias de que su padre había enfermado gravemente, en su huida de Mardorill por la invasión del enemigo, emprende el regreso hacia Galicia con su mujer y su hija recién nacida. Expuestos a la adversidad que les sobrevendrá en el viaje, van comprobando la absoluta devastación de los lugares que dejan atrás coincidiendo con el inicio de la Guerra de la Independencia. Igual que su hermano, decide unirse a sus compatriotas para luchar contra los invasores tan pronto como consiga confiar su familia a sus padres.