Sonia Mar (1991®) nació en un pequeño pueblo llamado María (Almería), lugar de frontera como tantas hay, que no son más que imaginarias.
Siempre devoradora de conocimiento, quizá por su miedo a la condición líquida de la persistencia de la memoria en estos tiempos posmodernos. De niña quería escribir poemas como los de Gloria Fuertes y, a inicios de la adolescencia, conoció a Rubén Darío.
Más tarde, le tocó descubrir las generaciones siempre nacidas en momentos de crisis, como actualmente, y también a los poetas malditos. Sobre todo, recuerda a L. Cernuda, W. Whitman, Baudelaire y M. Hernández. Y, como no quería echarse novio, mantenía cierta relación idílica con sus poetas.
Lorca le llegaría acabando los estudios de secundaria con la lectura obligatoria, la única que hizo ese curso, de La casa de Bernarda Alba, no era su primera obra teatro: Paisaje Andaluz con figuras de A. Gala con doce años, que marcó su imaginario e identidad como andaluza.
Cuando marchó a la tierra del oriolano, con sentimiento de emigrada en busca de un sueño americano, a estudiar en la universidad Miguel Hernández la carrera de Terapia Ocupacional y, posteriormente, a hacer unos pinitos en Antropología Social y Cultural —donde descubrió a Weber y Agustín García Calvo—, sintió la morriña de la tierra, explorando aún más las obras de Lorca. Pero solo leía entonces teatro y tuvo que ir hasta Ibiza para leer Poeta en Nueva York y reencontrarse con la poesía.
Ella se autodefine como música y ahora un poco más poeta y panamorosa, siempre con la cultura como herramienta trasversal contra todo mal, sobre todo, las guerras incluidas, con uno mismo y las impuestas.
Cerrando círculos, abriendo nuevos, cada lugar era un renacimiento de su yo poeta, e Ibiza y su mar volvió a hacer que escribiera como los primeros años en tren a la tierra alicantina.
Su sueño, poder todos los años de su vida hacer su visita anual al Parque natural del Cabo de Gata y a Granada, que define como alimento para el alma.
Hay lugares que te invitan a vivir en mayúsculas y, para mí, es el Mediterráneo de cabo a cabo. Puedo oler su brisa en cualquier lugar si cierro los ojos y respiro, luego, sonrío.