El mar y sus adioses nos lleva a sumergirnos en una profunda diversidad de emociones y sensaciones, que nos habitan mientras recorremos el mar desde el puerto, desde el cielo y desde su propio vientre. El recorrido deviene en un tránsito encantador por el puerto mismo, en el contacto con su gente, su forma particular de hablar, sus iconos vitales y su sencilla manera de ser y de vivir. Sus poemas son una aventura en la que el mar reboza sus sempiternas despedidas y convierte el adiós en actor principal con sus inevitables ausencias, sus nostalgias marineras y sus eternas presencias.
Las vivencias en la orilla, llenas de profunda sensualidad y de imágenes sensoriales, conducen al lector a evocar y a dibujar en su mente el erotismo de las aguas. Vivencias que acontecen en una rada inigualable, casi fantástica, donde es ineludible el encuentro con una orca de dos cabezas varada en la playa o con una efigie tendida en el horizonte, que custodia la bahía para celar la aparente partida de los seres amados y la de los hombres de mar que solo saben ser enterrados bajo la salitrosa claridad de su pueblo.
La evidencia del inmigrante, adolorido por la realidad de ese mar que se apoderó de su adiós y del adiós de quienes lo contemplan, alcanza un colofón en la evidente necesidad de retornar al azul bondadoso del pueblo natal, al mar de sus ancestros, en algún momento de su tiempo, o más allá. Porque cuanto más profundo es el adiós, mayor es la necesidad del reencuentro.