Tanta riqueza musical concentrada en un pueblo como Encinasola no puede ser una coincidencia. Han contribuido su situación geográfica y aislamiento, pero la clave está en sus gentes, en su capacidad para la diversión y predisposición al regocijo: son alegres, creativas, cautivadoras, con sentido del ritmo, ingeniosas y una marcada sabiduría popular.
Sus dos joyas folclóricas, El Pandero y el Fandango de Encinasola, surgieron en un marco con un sustrato musical colectivo sutil y licurgo, en el que afloraron otras muestras ligadas al ámbito laboral y al festivo. Las coplas de labor se perdieron junto al marco que las propiciaba. Así, van cayendo en el olvido cantes de trilla, coplas del apañijo, de carboneros, de la molienda… Otras, ligadas a festividades, pudieran haberse mantenido. Pero tanto ha cambiado la sociedad, la fiesta y los modos de diversión, que su presencia es testimonial quedando desprovistas de su esencia. El tiempo les ha quemado las entrañas. Vagan así, desterradas de su corpus, las coplas de Carnaval, de las Correderitas, de quintos, de ronda, de Nochebuena…
Este folclore musical tradicional —jocoso, pícaro, punzante y amoroso— es ahora un eco perdido de otro tiempo. Este trabajo lo recoge y contextualiza. Lo retiene en unas páginas.