La autora intenta que pensemos en su libro como si fuera un cuenco. Que en lugar de ofrecernos alimentos para nuestro cuerpo, nos ofreciera alimentos para la imaginación, a través de sus relatos.
Nos los brinda de todo tipo, algunos muy breves, otros no tanto. También están los que nos dejan un sabor algo amargo y los que, por el contrario, ofrecen su dulzura, como si estuviéramos eligiendo frutas de nuestro cuenco o, tal vez, algunas galletas.
Las historias son independientes, se pueden leer sin seguir un orden.
Tratan diferentes situaciones, que si bien son ficticias, se pueden ver re-flejadas en la vida cotidiana de la gente, de diferentes lugares e, incluso, de diferentes épocas.
La autora quiere reflejar que vivimos cosas muy parecidas independientemente de ello. También que muchas se pueden y se deben mejorar.
Quiere que imaginemos que su cuenco desprende melodías, como los de metal, que nos transportan a un estado de paz y tranquilidad. Que, de pronto, las palabras de los relatos que hay dentro empezaran a bailar y, al golpear las paredes del recipiente, se pudiera oír una melodía que nos iluminara por dentro.