No muy a menudo ocurre. No es demasiado habitual. Pero cuando pasa, parece que los astros se alineen, parece que la noche se junte con el día. Es justo ese preciso momento en el que la primera estrella aparece en los horizontes, magia pura, y el instante te deje ser testigo de un momento memorable, efímero, pero que se clava en el alma de quienes permanecen impasibles. Eso vi en su primer paso en mi consulta, con sus sombras y sus lamentos, pero firme y decidido a saltar sin mirar atrás.
Eso es Vicente «motxuelo», nido que suena a morada, como suena su apodo. Hogar perfecto para los que asoman a su estampa, pues no hay mejor calor que el que da quien muchas veces tuvo frío. Vicente es ese ejemplo de resiliencia, de resistencia, de amor. Es una moraleja de las buenas de los sueños que se cumplen, como esos cuentos que nos contaron y que acaban bien, como debiera acabar cada cosa que merece la pena.
El ejemplo perfecto de quien quiere seguramente pueda, aunque con el tiempo, con toneladas de esfuerzo, y hasta con sangre, sudor y millones de lágrimas. La verdad enfrente de nuestros espejos, que nos recita y nos recuerda que una existencia fácil carece de honor, y que lo complejo es ser sencillo al final de todas las cosas.
No hablaré de su pasado, como cualquier biografía, porque habita el presente, sin más futuro que el de dentro de un rato, el único que existe siquiera. Presente, sinónimo de regalo, el que da sin preguntar a cualquiera que le conoce, con su humilde presencia, de las que se sienten hasta los huesos. Eso y unas letras, que ahora nos deja, para degustarlas a sorbo lento, con la sensación eterna de un mundo lleno que se nos da, a ese otro mundo, el nuestro, que carece de lo que a él bien le sobra. Disfruten la verdad con mayúsculas de un artista que nació para dejar huella en nuestras mentes, pero, sobre todo, en nuestros corazones, y quedarse ya hasta los restos de lo que el mismísimo Dios, no siempre benevolente ni justo, quiera…