A Alfred Hitchcock, el genial cineasta inglés, le acusaron a menudo de jugar con el espectador, al que en muchas de sus películas terminaba convirtiendo en un títere que manejaba a su gusto, y siempre mediante trampas narrativas. Sobran los ejemplos, pero mi favorito es algo magistral que hizo en Pánico en la escena, una cinta de 1950 protagonizada por Jane Wyman, Marlene Dietrich y Richard Todd. En esa película rompió una regla básica no solo de la narración cinematográfica, sino de la narrativa en general: el personaje de Wyman, Eve, es una actriz que aspira a triunfar en el teatro. Jonathan (Todd) es un amigo suyo que le pide ayuda porque la Policía le persigue por encubrir un homicidio cometido por su amante, Charlotte (Dietrich), del que le consideran culpable. Eve conoce todo esto porque su amigo se lo cuenta, y Hitchcock usó el flashback para exponer esa narración. Así comienza la cinta, que a partir de ese punto se centra en contar las aventuras de Eve, empeñada en demostrar la inocencia de su amigo, del que, además, está enamorada. ¿Dónde está la trampa? En que el flashback del comienzo es falso, lo que implica que todo lo que sucede a continuación es mentira.
Cierto es que Hitchcock llevó al extremo esto de engañar y manipular al espectador, pero el cine y la literatura de suspense, en general, suelen jugar del mismo modo. Claro, hay que hacerlo bien para que la trampa no se descubra. Y es aquí donde se demuestra la maestría de los constructores de buenas tramas y de buenas intrigas. Este es, precisamente, el caso de la novela que nos ocupa, una tramposa y adictiva maravilla titulada El test de la margarita, de la autora Noelia Gil, recientemente publicada por la editorial Círculo Rojo.
Como es lógico, no puedo desvelar en exceso el contenido de la obra. Pero sí algunas pinceladas que, a mí entender, motivarán al lector a interesarse por esta breve pero genial ficción. Ahí van.
Ana, Helena y Tere van a ver a su amiga y vecina Marga, ingresada en una clínica por un motivo que aún no conoce el lector. Todas viven en una exclusiva urbanización a las afueras de Madrid, a la que Marga se había mudado recientemente, desde Alicante, por el trabajo de su marido, Pedro, militar. Pero el cambio no fue para bien, al menos para ella. Por un lado, la nueva casa tenía un pasado luctuoso y desconcertante; por otro, Marga comienza a tener sensaciones extrañas allí, y a notar la presencia de algo… Algo que incluso le llegar a afectar física y psicológicamente, y que parece guardar relación con el anterior dueño de la casa, al que encontraron muerto en su interior… O quizás el motivo era otro…
Y hasta aquí puedo leer. Si quieren saber más, tendrán que hacerse con un ejemplar de El test de la margarita. No se arrepentirán.
En primer lugar, hay que elogiar la capacidad y el talento que desarrolla la autora a la hora de diseñar y construir los personajes de la novela. Ni son maniqueos ni son planos, al contrario: se trata de personajes riquísimos, complejos, llenos de aristas, poliédricos y, lo que es especialmente interesante, con una evolución personal paralela al devenir de las distintas tramas. Noelia Gil, además, se preocupa por mostrar al lector, con bastante grado de detalles, sus pensamientos y su mundo interior, algo que, sin duda, colabora a crear una experiencia inmersiva y permite a los lectores empatizar con algunos de ellos y comprender sus motivaciones, inquietudes y problemáticas.
Desde una perspectiva puramente lingüística, hay que destacar varios puntos interesantes: la rica y generosa prosa que desarrolla la autora, con un vocabulario amplio, correcto y creíble; su forma de jugar con los tiempos para crear intriga y suspense y dosificar la información que entrega al lector; el uso de voces literarias diversas —en un capítulo, por ejemplo, se adjuntan, sin más las declaraciones de varios vecinos y amigos ante la policía—; o la construcción de los diálogos, realistas, sencillos y efectivos a la hora de transmitir emociones e ideas sobre los personajes y sus situaciones.
Además, es digna de elogio la habilidad que demuestra Noelia Gil a la hora de ir construyendo lenta pero efectivamente el clímax y la tensión, a lo que contribuye lo que comentaba líneas antes sobre la dosificación de la información, pero también gracias al uso de un recurso habitual, pero que hay que saber trabajarlo: como la historia de los personajes se va construyendo de forma paulatina, las omisiones conscientes que hace la autora le permiten «engañar» al lector y conducirle por caminos falsos; lo que lleva a que abunden los giros narrativos abruptos y a que nada se pueda dar por sentado hasta el final… y vaya final.
Dos puntos más que hay que mencionar: por un lado, el humor y la ironía están presentes en la obra, casi siempre de forma contenida y sutil, realizando a la perfección su función de vía de escape ante el drama narrativo en curso; por otro, el libro permite entresacar un buen número de lecturas interesantes, como lo complicado que a veces resulta adaptarse al entorno social cercano, la hipocresía como forma de interacción social, las malas decisiones vitales y existenciales y sus consecuencias posteriores, la sutileza con la que a veces se manifiesta la violencia doméstica, lo complicado que es conocer al «otro», entendido este de una forma genérica, por los recurrentes y escurridizos mundos interiores que algunos, o muchos, tienen…
En definitiva, El test de la margarita es una novela de ficción tan entretenida como dura e inquietante. No solo hará las delicias de los amantes de las buenas novelas de personajes, sino también de los seguidores de la ficción de suspense. Estoy seguro de que a Hitchcock le habría encantado.