La sociedad se compone de cada uno de los individuos que, como sumatorio, pueden dar lugar socialmente a dinámicas de crecimiento o prosperidad, o, por el contrario, llevar a la restricción de la calidad de
vida o al aprovechamiento de una minoría sobre una mayoría para enriquecerse a costa del sufrimiento ajeno. En este sentido, la psicopatía ha crecido en nuestra sociedad. Una muestra palpable es la deshumanización y la disminución en valores que cohesionen el tejido social.
Estamos en un momento donde se necesita tomar medidas y ocupar nuestro lugar. De lo contrario, las siguientes generaciones no podrán prosperar. Somos —como sociedad— responsables de dar un giro, proteger a los más pequeños, buscar la manera, desde la autorreflexión, de crear nuevas realidades y volver a la solidaridad social.
Los niños ahora requieren volver a ser respetados y para ello debemos dar valor a la infancia. Cuando ellos están estables, son la muestra de que la sociedad sabe proteger a sus miembros más vulnerables. Por eso, volver a buscar contextos de juego relacionales, vigilar los contenidos como sucedía antes y respetar su madurez y lo que van necesitando sin inculcarles ideas o creencias contribuirán a no confundirlos y que maduren con coherencia. Si queremos una sociedad basada en la pluralidad y en el amor, los ciclos vitales de los niños requieren respeto. Solo puede lograrse desde medidas que implican los valores, la normalización desde la aceptación sin interferir en sus mentes o aleccionarles. También
debemos evitar que el impacto temprano de la pornografía les genere confusión. Sin unos adultos consistentes, atentos y conscientes, difícilmente vendrán generaciones sanas. Es hora de decidir y actuar para el verdadero bien social; este no puede venir de imposiciones teñidas de intereses —entre otros— económicos.