Las personas narcisistas forman parte de nuestra sociedad y es necesario reconocerlas e identificarlas debido a las secuelas que dejan en nuestras vidas. Su número está en auge. Cuando creemos en la colaboración, en el amor y en un mundo más solidario, podemos pasar por alto algo tan importante como revisar que las transacciones que tenemos con dichas personas nos dañan y consumen. Su base es el engaño, la manipulación, la falta de empatía, así como obtener nuestros recursos para nutrirse (emocionales, mentales, físicos, económicos o energéticos). Las personas giran alrededor de sus necesidades y, poco a poco, van perdiendo su autoestima e identidad a medida que sostienen una relación con un narcisista. La necesidad de comprender, dar explicaciones, buscar soluciones, agotar los recursos, sentir impotencia, agotamiento e ir quedándote en confusión y exhausto/a forman parte de las consecuencias de relacionarse con personas narcisistas. Cuando esas relaciones se prolongan, se dan estados de indefensión, hipervigilancia y estrés postraumático.
Las estrategias para mantener el control y obtener el recurso narcisista son diversas: el bombardeo amoroso que genera una intensidad afectiva que nos afecta neuroquímicamente y nos invita a vincularnos de forma adictiva; el refuerzo intermitente que hace que a veces nos ofrezca algo valioso y de golpe nos lo sustraiga y nos quedemos a la espera de volver a obtenerlo; «luz de gas» para hacernos creer que los que estamos mal somos nosotros; triangulación (usar a terceros para manipular); la fase de devaluación para provocar malestar; el descarte (silencio, retirada o castigo) y el regreso tras el abandono relacional y ya estás rehaciendo tu vida (llamadas, mensajes, encuentros casuales, noticias desde un tercero que manipula, etc.).
Hemos de recuperar nuestra integridad tras una relación tan perversa y poner en práctica el contacto cero (ausencia total de relación).