Todo parecía haberse resuelto de la manera más idónea para aquel padre primerizo tras el nacimiento del hijo que había concebido con su esposa Carmen, pero no todos pensaban lo mismo, ya que su gran amigo, el inspector Alberto, esperaba como agua de mayo que su amigo Samuel volviera a sentarse con él para que, tal y como lo tenía acostumbrado con sus sabias deducciones y su gran imaginación, le encontrara
algo de luz en aquella oscuridad que parecía envolver todo aquel enrevesado caso de los joyeros, que tanta cola parecía tener. Este desconocía totalmente que aquellos poderes de adivinación que parecía poseer su amigo Samuel no eran otra cosa que una mutación o quizás maldición hereditaria que
su bisabuela materna les había dejado de herencia al ejercer por voluntad propia como cobaya de laboratorio de su propio descubrimiento que tantos problemas traería a toda su descendencia (leer El Colgante, 1.ª parte). Han sido muchos los años que ha tenido guardadas en su imaginación toda