Sesenta y cinco. Ese es el número de presidiarios trasladados a una aldea abandonada, de la España vacía, como parte de un proyecto que busca aplacar la tensión social que se vive en un país donde los índices de criminalidad y violencia no dejan de ascender. Si los reclusos quieren lograr una revisión favorable de sus condenas, y demostrar así que son aptos para su reinserción en la sociedad, deberán permanecer allí recluidos tres meses.
Noventa días. Sin vigilancia interna. Sin que se produzca una sola muerte intencional.
Darío, un joven acusado de un crimen que lo atormenta, es trasladado junto con los demás elegidos a la aldea. Pero no hay oportunidades para una persona de carácter quebradizo e inseguro en un lugar donde los propios prisioneros deben velar por las normas de convivencia: el abastecimiento, el respeto, los códigos de coexistencia.
La supervivencia se convierte en la única meta en un entorno que pronto se revela como lo que realmente es: un infierno donde los más salvajes abusan de aquellos más débiles. Pero quizás haya algo más. Quizás el mayor peligro no habite con ellos en la aldea. Quizás, también, entre la oscuridad que los envuelve se puedan filtrar algunos rayos de luz.