Francisco Luis Rosado Talavera nació en Madrid un 24 de junio de 1960. De padre manchego y madre andaluza, pero residentes en Madrid desde muy jóvenes. Estudió primaria en el colegio Perfil y el bachiller, tanto el elemental como el superior en el colegio laico y privado de Pozuelo de Alarcón San Juan Bautista.
Paso por la universidad, en concreto por la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Complutense, ubicada Somosaguas (Pozuelo de Alarcón), pero la universidad no pasó por él y no terminó la carrera. Llego hasta el cuarto curso, pero con los números pendientes. Las matemáticas y la estadística se le atragantaron de tal manera que se aburrió y tomó otro rumbo. Él era de letras, qué le iba hacer. Lo que le gustaba verdaderamente era la geografía en todas sus variantes, pero no los números de la economía, y por eso no tuvo más remedio que dar otro rumbo a su vida y hacerse funcionario.
Se hizo funcionario de la Administración de Justicia como su madre, Dª Concepción; en concreto, del Cuerpo de Gestión Procesal y Administrativa. Siendo ya funcionario, y con la mili hecha, le llegó la vena literaria e hizo sus primeros pinitos con algunos relatos muy breves que presentó a varios concursos literarios, con más pena que gloria. Y en un momento, diríamos, de enajenación mental transitoria, decidió hacer un relato en condiciones y se puso manos a la obra. Pero el destino hizo
que lo abandonara todo y se fuera a vivir a una isla en mitad de la mar océano, y allí, en Lanzarote,
conoció a su mujer, María del Carmen Betancort Perdomo, se casó con la susodicha y tuvieron dos hijas preciosas y estudiosas, no como el padre, de nombre Laura y Paloma. Se dedicó a otros menesteres —administrador de fincas, constructor de chalanas, destilador de elixires y feriante de fin de semana—, aparte de su trabajo funcionarial, que era el que le daba de comer a él y a su familia, pero no a su querida obra, que tuvo abandonada por muchos años en una triste carpeta ubicada en un armario olvidado de la casa.
Pero he aquí que el destino hizo que su amigo Salvador publicara un relato, y ese hecho, o la envidia de no ser él quien publicara, quien sabe naide, hizo que se le despertaran las ganas de terminar su novela y de publicarla. Por eso la terminó, después de más de un siglo (se empezó en el siglo XX y se terminó en siglo XXI), y se decidió a publicarla por fin.
Y es ahora, cuando sus hijas ya son mayores, tienen sus estudios superiores terminados y además son independientes económicamente, al tener trabajo, cuando se decide a escribir esta obra y las que vengan, que vendrán si Dios le da lo que más vale en este mundo cuando se tienen algunos años: salud…
«El Destilador Justiciero»