Azahar es una chica inquieta, humilde y sencilla. Desde muy pequeña le gustaba fantasear, tanto lo hacía que llegaba a desvincularse de la realidad.
Su temor a la muerte de su padre era una fijación.
Su madre no era feliz, poco expresiva delegaba en ella demasiadas obligaciones.
Azahar las asumía, ni con gusto ni con disgusto, simplemente entendía que era la vida que le había tocado.
Su intensa vida interior le hacía soñar sin llegar a tener grandes aspiraciones.
Soñaba con el amor, necesitaba amar y ser amada y formar una hermosa familia.
Todo en sus sueños era mágico, hermoso, pero siempre ensombrecido con el miedo a las perdidas, a la muerte.
Creció sana y feliz pero se rebelaba contra las injusticias y la desigualdad; y a medida que crecían sus obligaciones lo hacían también su frustración y sus deseos de libertad.
Nunca planeó nada, simplemente tomó el primer tren que pasó, con su pesada mochila a cuestas pero colmada también de ilusiones y esperanza.
Poco podía intuir Azahar que le esperaba un camino de piedras, un valle de lágrimas que llego a hacerle sentir presa de sus circunstancias, espectadora de su propia vida.
Obligada a librar las más duras batallas, remar a favor y contracorriente. Fue ella, su gran enemiga, la muerte, quien tras tocar fondo le enseñó el camino de una nueva vida.