Básicamente, un periodista se dedica a contar historias: recopila información,
la verifica, establece una jerarquía y la difunde con rigor. Sin embargo, como
abderitana de adopción, hay historias que se me escapan. Historias con nombre
y apellido que marcaron una o varias generaciones del siglo pasado, inescrutables
en algunos casos, inexistentes en las hemerotecas. Historias que nunca llegaron
a ocupar la portada de un periódico, pero que merece la pena cocinar a fuego
lento, disfrutando de cada uno de sus matices. Historias que, como el buen vino,
necesitan su tiempo de maduración y ganan peso con el paso de los años. Clásicos
populares, como un día definió el autor de este libro, al que estoy enormemente
agradecida.
Detrás de cada «clásico» hay horas de trabajo, dedicación, cariño y corazón. Un
regalo, en forma de artículo, de quien quiere compartir esos aromas, matices y
sabores que desprenden las buenas historias bien contadas. Retales de vida que
se tornan invisibles antes los ojos de quienes nos dedicamos «al mejor oficio del
mundo», que diría el escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez,
esclavos siempre de la vorágine rutinaria que nos impone la edición de mañana.
Un gesto noble y generoso que le honra como persona y como abderitano. Una
aportación desinteresada y altruista que ha hecho grande a Ideal Adra&Alpujarra
Desde este espacio que se me ha concedido, y para concluir, quiero reiterar mi
agradecimiento a Paco Cuenca por su iniciativa, empeño y constancia. También
por el sello personal que hace única cada historia que inmortaliza.