Al atravesar el llamado patio de operaciones y acceder al interior por esta segunda puerta, dispuesto como cada mañana a dar los buenos días a mi compañero antes de sentarme en mi mesa, oí un grito de una voz desconocida,
— ¡Quieto!
Miré a mi derecha y vi a un individuo vestido íntegramente de motorista, con casco incluido, que me apuntaba con una pistola…
Los atracos a bancos para apoderarse de dinero se convirtieron en algo muy frecuente en las décadas de los años ochenta y noventa del siglo pasado. A veces se podían hacer de forma muy simple, solo hacía falta una pistola, entrar en una sucursal y amenazar a los empleados. En otras ocasiones contaban con una perfecta preparación para acometerlos, lo que aseguraba el éxito sin inconvenientes previsibles de última hora. Esta novela recrea un atraco de estas características que pudo ser impecable.