El planeta Tierra ha llegado a un punto sin retorno. Los eventos climáticos son tan extremos que imposibilitan la vida, de no ser porque la carrera por el poder y la evolución supo encontrar las armas para hacerle frente y permitir la supervivencia en nuestro hogar. Por un lado, el Olimpo, ese lugar divino en lo terrenal; el cielo en la tierra gobernado por las doce familias más poderosas del tercer planeta del sistema solar, donde cada una de ellas representa y honra a cada Dios, del cual toman su nombre para darse un apellido. En el lado contrario, el hemisferio sur; eterno productor de mano de obra para quienes ni siquiera quedó un ápice de barrera byo que les permitiera una mínima calidad de vida.
La naturaleza propia a nuestra raza desvió a quienes debieron guiarla a su siguiente salto evolutivo en pro de la perversión y hedonismo, una vez asegurada la supervivencia terrestre apartando la terraformación del sistema solar como algo primordial. No obstante, una «revolución silenciosa», así la llamó Émeka, supone dar un golpe sobre la mesa por parte de aquellos a quienes jamás se les ha tenido en cuenta. El estrato más bajo de la sociedad. El hemisferio sur. Esos que han sido sistemáticamente pisoteados, olvidados, y que gracias a los artificios y macabros ingenios del prodigio africano, conseguirán introducirse en unos sanguinarios y mitológicos Juegos de Hércules.
Por otra parte, Hache se encuentra atrapado en cuatro paredes que ni siquiera acierta a ver. Una prisión a la que envían a morir aquellos a los que el sistema no puede seguir exprimiendo. Una sombra del Olimpo, el cuerpo de élite que está redescubriendo su pasado, siempre y cuando el Retiro no acabe antes con él.