La escritura como necesidad podría ser el principio creador que unifica los diferentes poemas de este libro. Se agrupan en tres secciones, pertenecientes a tres etapas de experiencia íntima de quien los escribió; pero todos surgieron sin una voluntad artística, formalmente hablando, sino como la búsqueda de luz, o razones, o caminos del corazón, o hálito de vida a través de las palabras.
Los poemas de “Hebra partida” corresponden a mi regreso a Madrid, después de mis años en Andalucía, durante los cuales me alejé vivencialmente del círculo de amistades en el que había crecido (o empezado a crecer) y con los que había conocido la experiencia de la escritura poemática como desvelamiento de la conciencia y búsqueda de las palabras que abren el pasado a una fuente vital, dramático o feliz, de futuro. Por eso manifiestan una soledad que lucha por avanzar, a pesar de ciertos lastres de la emoción. También fue una etapa en la que se construye un estilo, en mi caso, de elipsis de lo anecdótico, de síntesis de la emoción, de quiebra de la sin taxis y de libertad métrica, reflejo de la búsqueda de libertad personal (y femenina, importante el matiz, por la específica situación de la mujer que ha crecido en el franquismo pero que está concienciada con la igualdad).
Los de “Veredas de tránsito” pertenecen a un periodo en el que hubo que adaptarse a la ausencia definitiva de un amor sin camino propio (solo el poético). Un periodo de reinvención: con ayudas y terapias se indaga un nuevo lenguaje, el poema se detiene y es más dialogante. Es un cauterio eventual.
Con “Luz sobre la tiniebla” se alcanza lo que, hasta ahora, parece madurez emocional. Al menos, la serenidad de la mirada vislumbra espacios de feliz contemplación del paisaje y paisanaje, de cercanía cordial al fluir de los días. Por la instantaneidad de los momentos felices, el verso también se hace breve; y mantiene la elipsis de la anécdota para destacar tan solo “la palabra esencial en el tiempo” (tomo la cita de Antonio Machado).