¡Hola!
En tanto que soy autor de esta obra, me van a permitir que escriba la autobiografía de la misma en la manera en que sé y pueda. Podríamos suponer que esta obra es producto del azar, ya que, como consecuencia de la desbandada durante la guerra civil, las gentes huían despavoridas de Málaga a Almería. Este recorrido lo hice en el vientre de mi madre hasta las cuevas de Almería, lugar donde nací en la noche del día 10 de mayo de 1937, teniendo como testigo el permanente estruendo de los cañonazos de la escuadra alemana contra la ciudad de Almería. (Esta obra nunca hubiese visto la luz, podríamos pensar que fue una premonición de lo que sería mi vida en adelante).
Posteriormente a este evento y siempre a consecuencia de la guerra, en un corto período de tiempo, mi madre perdió a dos de mis hermanos, y a mi padre (al que no llegué a conocer).
Terminada la guerra, regresamos al pueblo donde, de «casualidad», cuando llegamos a la estación, hambrientos y llenos de piojos -por eso de que algunas personas nacen con el pie cambiado-, a mi madre la estaban esperando las damas del comité de recepción para los refugiados, las cuales intentaron darle «la famosa toma», consistente en una taza de aceite resino, en castigo por ser la mujer de un republicano, algo de lo que se libró gracias a la intervención de unas buenas personas.
Nos instalamos en una habitación que nos cedió mi tío Antonio Chica, en una casa de campo donde vivimos o malvivimos durante 10 años, mi abuela, mis dos hermanos, mi madre y yo que, por eso de ser el más pequeño, siempre dormía con ella. Como consecuencia de que en la susodicha casa donde estábamos alojados, vivían mis tíos con ocho hijos más, para hacer de comer teníamos una chocita pegada a la pared de la casa, donde todo el mobiliario consistía en un anafe, un cajón de madera -como meza-, cuatro trastos de cocina, y un baño de cinc en el que mi madre nos duchaba y hervía la ropa para eliminar los piojos.
Fueron tiempos difíciles donde independientemente de que el tiempo lo borra todo, hay recuerdos que se te pegan a la piel de tal manera que nunca consigues olvidar.
Pasado un tiempo, ya con 14 años y sin pisar un colegio, más quemado que los palillos de un churrero, mi madre me encontró una colocación de vendedor ambulante en Sanlúcar de Barrameda, por las comidas y 90 céntimos de euro al mes. Oficio en que trabajé durante ocho años recorriendo parte de Andalucía y Extremadura, años durante los cuales solo pude disfrutar cinco días de la compañía de mi madre (algo que me marcó de por vida). Después del servicio militar en Madrid, donde tuve la oportunidad de participar en el rodaje de la película Espartaco, me marché de emigrante a Francia, país donde tuve la oportunidad de vivir y participar de los follones de mayo del 68.
Después de varios años recorriendo mundo, donde gracias a mis habilidades o espíritu de superación, llegué a adquirir unos conocimientos profesionales que me permitieron trabajar en calidad de jefe de obras en diferentes países de Europa y África, ejecutando trabajos de los que pocos años antes ni siquiera sabía de su existencia.
Después de varios años recorriendo estos países, siempre con la casa a cuestas, ya casado y con dos hijos, regresé a mi pueblo donde, con los ahorros de mis tiempos en África, monté una churrería. Estuve 25 años haciendo churros. Período en el que, entre churro y churro, para evadirme de mis cuitas «en mis ratos libres», me dedicaba a la agricultura y compraventas de fincas, consiguiendo por este medio un patrimonio del que nunca soñé. Ya con 65 años a las espaldas, cansado, frustrado, llegó el inevitable divorcio, después del cual, decidí recuperar algo de mi vida perdida recorriendo y viviendo aventuras que no cabrían en este cuaderno, de poderlas contar. Con 72 años cumplidos, recalé en República Dominicana, donde conocí a mi actual pareja. Donde para convencerla de que, pese a nuestros cuarenta y seis años de diferencia de edad, yo era el hombre de su vida, algo que conseguí adoptando la estrategia del Urogallo, ave especialista en posturas seductoras.
Después de unos años en este país y ya con ochenta años cumplidos, regresé a España junto con mi morenita, desde donde prosigo en la tarea de terminar este relato de mi vida; algo que, como ya predije al comienzo, no hubiese tenido lugar si no hubiera sido por las circunstancias que me obligaron a vivir en un permanente carrusel de adversidades y situaciones, de las cuales, pese a mis deficiencias intelectuales y a los años transcurridos, intento trasmitirles mediante mis memorias, tarea que me está costando más trabajo que capar un mulo, lo que según mi criterio, sería razón suficiente para que ustedes dedicaran un tiempecito a leer este libro.
No se arrepentirán.
El autor
Manuel Lavao Chica