En la historia de Navarra y de Euskal Herria en general, la importancia de las mugas con Iparralde, desde que Castilla invadió y ocupó nuestra Vasconia, fue crucial. No solo por ser nuestra salida natural hacia Europa, sino, sobre todo, por el sentimiento de hermandad que, a pesar del transcurso de los siglos, nos siguió coligando con los vascos del l´autre côtè.
Conocido esto, no es de extrañar la suma importancia que adquirieron las mugas, por tierra y por mar, en toda Vasconia durante las diversas contiendas que de norte a sur asolaron nuestros lares.
De ahí, el rol sin igual de los mugalaris en estas contiendas. Espías, contrabandistas, alijeros, etc., y otros quehaceres nobles o no tan nobles, al servicio de las causas y objetivos bélicos. En tierras vascas, el mugalari por lo general gozaba de un buen predicamento. El hecho de atribuir sistemáticamente tal actividad al varón no hace justicia a la historia.
Nos consta que la mujer, como colaboradora e incluso como protagonista, también se implicó en este mundo. Y como aquí se manifiesta, con unas facultades y habilidades insuperables.
En consideración a estas mujeres y a tantas otras que pasan por la historia injustamente ignoradas, nace este relato. Mi narración trata de enaltecer las virtudes y la grandeza de corazón de una mujer que, vilmente ultrajada por los miserables instintos del varón, logra erigirse en el eje de su clan.