De vez en cuando, los lectores empedernidos y adictos caemos en una suerte de desidia nihilista. No sabría decir muy bien a qué se debe, pero es jodida. Es una suerte de estado de apatía intelectual que provoca que ningún libro, por bueno que nos resulte, parezca realmente brillante; como si se generase algún tipo de tolerancia o de inmunidad literaria. Pero de pronto llega a nuestras manos alguna obra que nos vuelve a reconciliar con la literatura y que nos golpea con contundencia en la mente, despertando de ese extraño y anodino letargo.
Pues bien, he de reconocer que eso es exactamente lo que me ha pasado con esta novela que pretendo reseñar a continuación, Te quiero, Sara, del autor Luis F. Reinosa, publicada por la Editorial Círculo Rojo, una brutalidad de narración, que, como muchas de las grandes obras nacidas en estos tiempos de la posverdad, el cine para televisión, los likes y los influencers de a saldo, no es para todos los públicos, por desgracia. Ni falta que hace. Claro está, no pretendo afirmar con esto que se trate de un libro dirigido a una élite intelectual determinada, sino todo lo contrario. Es una obra para los que conocen la vida, la vida de verdad, en todas sus dimensiones, colores y sinsabores, no solo a través de una pantalla o de fotos con filtros.
La novela comienza introduciendo a Clara Núñez, una joven inspectora de policía destinada en Mistada que vive sola en un apartamento modesto y que muestra determinación y compromiso con su carrera policial, inspirada en parte por la historia familiar y su deseo de marcar una diferencia. Clara resulta gravemente herida durante un atraco, por una maldita bala perdida, y se ve obligada a usar una silla de ruedas, y Vázquez, su compañero, con el que tenía una relación especial, se siente culpable por ello.
Por otro lado tenemos a Crash, recién nombrado presidente de un club de moteros llamado Argonautas MC, en el que lleva toda la vida, como su gran amigo Sonny, vicepresidente del mismo club, involucrado en algunos asuntos turbios y trapicheos diversos con los que se financian sus actividades.
Y más adelante conocemos a Tony, que lucha contra la depresión tras la muerte de Sara, su pareja, que un principio no sabemos cómo sucedió. Poco a poco se va sumergiendo una espiral de tristeza y autodestrucción.
En torno a estos personajes se desarrollan las diferentes tramas de la obra, que, como habrán podido imaginar, terminarán convergiendo: Tony y sus amigos, duranta una noche de fiesta, deciden ir a pillar drogas, y van a ver a Sonny, que estaba de parranda con Crash y otros tipos. Pero aquello termina como el rosario de la aurora: un tiroteo, tres fallecidos, entre los que está Crash, y una enorme traición. Pero Tony y sus colegas consiguen huir.
Este es el giro crucial de la historia. Clara, informada por Vázquez de lo sucedido, intrigada y deseosa de más acción, decide investigar por su cuenta, aprovechando su acceso a la base de datos policial… Y Tony sus amigos terminarán viéndose inmersos en una demencial huida por algo que no han hecho…
Y hasta aquí puedo leer. Como es lógico, no puedo, ni quiero, destripar en exceso el contenido de esta novela. Si quieren saber más, tendrán que hacerse con un ejemplar de Te quiero, Sara. No se arrepentirán.
En esencia, estamos ante una novela de personajes, un retrato íntimo de la condición humana en muchas de sus manifestaciones. A medida que avanza la historia, con una precisión quirúrgica, Luis F. Reinosa va construyendo poco a poco las particulares intrahistorias de cada uno ellos y sus mundos interiores. Así, no se trata de personajes estáticos, sino que evolucionan, crecen y cambian a lo largo de la trama, enfrentando desafíos, tomando decisiones difíciles y explorando las profundidades de su propia psicología. Son complejos, riquísimos, poliédricos y, lo que es casi más importante, creíbles. Todos están perfectamente construidos, pero he de reconocer que Clara Núñez me parece una auténtica genialidad.
Por otro lado, merece la pena destacar el realismo extremo, determinado por la veracidad de las historias paralelas que se cuentan y de sus habitantes, pero también por el lenguaje empleado, cercano, cotidiano, verosímil y realista, muy del día a día. Esto, unido a la capacidad de generar suspense y a la habilidad que muestra el autor a la hora de crear una atmósfera inmersiva, propicia que el lector no pueda parar de leer hasta conocer lo antes posible cómo se desarrollan los acontecimientos de las distintas tramas.
El suspense y el ritmo, elementos especialmente destacables de esta novela, se construyen dosificando la información, interrumpiendo las narraciones y cortando e intercalando las tramas. Además, la estructura en capítulos breves, a veces brevísimos, hace que la acción sea constante y contribuye a esa atmosfera inmersiva de la que les hablaba.
Por último, me gustaría comentar un recurso que emplea sistemáticamente el autor y que me ha parecido un valor añadido que agiliza y ameniza la narración: las continuas referencias al mundo del cine. Como cinéfilo, no puedo estar más agradecido.
En definitiva, todo un soplo de aire fresco en la narrativa actual; brutal, sucio, rudo, pero fresco. Estoy convencido de que los amantes a las ficciones tipo Chuck Palahniuk, o, tirando de cine, el mejor Tarantino, quedarán encantados con esta obra contundente, ácida, cínica y tremendamente adictiva. Es más, me ha gustado tanto que hasta me dio rabia que terminase, como pasa cuando estás viendo una película y no quieres que termine, ya que te gustaría saber más de sus personajes, seguir con ellos. Para mí, ese el mejor criterio de que una ficción es buena. Y esta, sin duda, lo es.
Mi más sincera enhorabuena a su autor.