El largo siglo XIX fue el siglo de la burguesía, que empezó con las revoluciones liberales y terminó con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Fue el siglo en el que triunfó y se transformó el capitalismo, el cual se asentó con la Revolución industrial, pero se siguió transformando (sobre todo entre los años 1870 y 1890). Fue un momento en el que la población creció muy rápidamente (la población europea pasó de doscientos millones de habitantes a cuatrocientos treinta millones). También fue un periodo en el que se produjo un paulatino proceso de urbanización; obviamente, este fue consecuencia del estrecho contacto con la afirmación del capitalismo. El aumento demográfico y las crisis cíclicas del sistema capitalista conllevaron la aparición de la emigración masiva a ultramar. Entre 1876 y 1915 el planeta fue repartido en forma de colonias entre media docena de estados. El factor imperialista fue la suma de causas económicas (crisis de 1873, la necesidad de abrir nuevos mercados y la necesidad de materias primas), demográficas (el aumento de la población europea como fruto de las mejoras de las condiciones de vida, de la medicina y de la alimentación), científicas (como el impacto de las teorías darwinistas y el surgimiento de las teorías de racismo científico) y causas geoestratégicas (competición entre las grandes potencias).
¿Y España? Esta se enfrentó al «cambio», luchó por mantenerse en el Antiguo Régimen y lo consiguió. Perdió la oportunidad de evolucionar, y así fue. Ese desprecio a la coyuntura europea causó que esa España del XIX viviese su decadencia.