CÍRCULO ROJO.- Como bien dice él mismo, Carlos Fabra Vargas lleva escribiendo desde que tiene uso de razón. “’Demolición’ se ha ido escribiendo muy lentamente en mi cabeza durante toda mi vida”.
Se trata de una obra que destaca por el suspense que genera en quien se acerca a leerlo. “Sé de gente, algunos lectores cero, que han manifestado que se les ha hecho corto”. se convierte en una adicción, ya que, a mí me pasa. Me dan ganas de no abandonar el país (metafórico) dónde sucede la acción. Volver a aquellos maravillosos años noventa en un pueblo dónde nunca pasa nada y a una calle, polvorienta y por la que nadie pasa expresamente, para encontrarme con los niños y adolescentes que fuimos. La pobreza campaba a sus anchas, y por supuesto, y ahí también me gustaría hacer hincapié: la felicidad, aunque de esto último no fuéramos”, comenta.
Publicada en Círculo Rojo, Grupo Editorial, el lector va a encontrar, según las palabras del autor, “me conformaría conque vieran a esa pandilla de niños camino de la adolescencia. Afrontándose con todos los miedos del mundo a la vida adulta. Pero haciéndolo porqué no nos queda otra, ¿no? Me gustaría que encontraran la manera en qué todos nos enfrentamos a nuestros miedos. Es una ficción que se basa en hechos reales, y eso debería notarse”.
SINOPSIS
Esta es la historia de una calle cualquiera, más bien un final de una calle cualquiera, sin asfaltar, donde no hace tanto tiempo los vecinos se reunían en corrillo para arreglar el mundo en las noches tórridas de un mes de agosto.
Carlos, con una vida más o menos resuelta, y sin grandes sobresaltos, antiguo vecino del barrio, es testigo directo de la inminente demolición de las últimas casas bajas que por alguna razón afean el paisaje. El progreso, quizás —una tendencia a esconder lo hermosamente feo—. Una demolición inminente que no hará más que resucitar los fantasmas del pasado. Los de Carlos, sí, pero también los de su hija, Marina, que al fin y a la postre es quien sostiene esta historia; la de un pasado que nunca fue glorioso, pero la de un futuro que tampoco fue demasiado prometedor. Siempre, y ahí está la clave, batallando en el término medio.
Esta es la historia, además, de unos fantásticos años noventa; la de un juego, la de unos adolescentes que se resisten a abandonar la infancia. Y, sobre todo, la historia de un árbol. Y por qué no, es también un cuento de fantasmas. Van y vienen cruzando a un lado y a otro del plano.
Y también, claro, la historia de una canción de amor que son todas las canciones de amor. La de una amistad que se sostiene más allá de la muerte.
La historia de una calle a la que quiero regresar.
AUTOR
Carles Fabra Vargas (Sant Celoni 1978) empezó a escribir de niño. Antes, como ahora, escribir le proporcionaba una válvula de escape que, en el mejor de los casos, le ha ahorrado algunos euros en psicólogos. Pero fue a raíz de la muerte de su madre, allá por el año 2009, cuando empezó a escribir de una manera más profesional, atreviéndose a probar suerte en la autoedición. Con la llegada de la paternidad, y para quizás dejar un legado a sus descendientes, se esmeró en escribir algunos relatos, que, fuera de todo decoro literario, le han servido como entrenamiento para relatos o novelas cortas más serias. Así, ha cultivado la crónica (Crónica de un despido, o 10.000 palabras para Marina) de la mano de Marlex Editorial, y el cuento (Cuentos de interés relativo, Marlex editorial), o una pequeña incursión en la ciencia ficción con Soldado Eliot (Marlex Editorial). Pero no fue hasta mediados de 2023 cuando se atrevió a autopublicar de la mano de Círculo Rojo, la novela corta de la que se siente más orgulloso, hasta la fecha, Un lugar en el Norte, donde hace una disección hasta los huesos de esa soledad que nadie quiere, de la no buscada. Ahora, en esa línea del monologo interior, nos traslada con su nueva novela (Demolición, editada por Círculo Rojo) hasta los confines de una calle que podría ser una calle cualquiera en un barrio cualquiera de una ciudad mediana cualquiera, donde una pandilla de casi adolescentes nos revela sus alegrías, pero también sus miedos. Una radiografía de finales de los años ochenta y principios de los noventa, en uno de esos veranos eternos donde nunca pasa nada y, por consiguiente, pasa todo a la vez.