Jon es un leoncillo flaco y debilucho. Su padre es Jair, el león más guapo de la sabana. Yura su madre tiene mucho trabajo para traerlo al mundo, y cuando este abre los ojos tiene una terrible experiencia. El silencio le ha regalado una profunda sordera y se ha llevado todos los sonidos que le son necesarios para vivir.
Lucha y batalla para comprender lo que sucede; las palabras, los gruñidos, los rugidos, le son desconocidos. En su vida de silencio todo llega tarde, con ira o con burla, y por último, con desdén.
En medio de ese caos, Jon está decidido a vivir. Su madre se esfuerza por protegerlo y sus intenciones se hacen débiles ante el continuo aumento de la familia. Su hijo va con desventaja por la vida en ese ambiente selvático y hostil donde cada día lucha por sobrevivir.
Por si fuera poco, Jon tiene que recibir educación y aprender a hablar el idioma de la selva, algo imposible cuando no escuchas y no hay maestros adecuados. El pequeño es llevado a la fuerza, por su madre, con diferentes maestros de lo más variopinto, siempre con la esperanza de mejorar su situación. Su padre, aunque está orgulloso de él, poco hace para ayudarlo a salir de los problemas, con los cuales su primogénito se complica la vida.
Jon tiene que lidiar no solo con el peligro que representan los animales de la selva, sino también con sus miedos, sus temores ocultos, que afloran cada vez que fracasa o cuando la ira, la tristeza y la conmiseración lo dominan.
Pero no está solo. A pesar de la violencia, del silencio que lo cobija, Jon tiene una familia que lo ama, seres a los que se aferra, con los que sufre, pelea, abandona y busca. Hasta encontrar por fin su lugar en la manada y ser consiente de que es un león. El rey de la selva.