Hojas sueltas es una recopilación de artículos y reflexiones personales a lo largo de los años. Es también una pequeña venganza del autor contra situaciones y opiniones sesgadas que, durante mucho tiempo, hicieron fortuna sin apenas encontrar oposición, ni siquiera rechazo intelectual.
La gran escritora Carmen Posadas abunda en este sentimiento de poner negro sobre blanco lo que realmente pasó y someter —o al menos intentarlo— a escarnio público a quienes aprovecharon la ola del nuevo paradigma intelectual sin importarles demasiado el daño que pudieran inferir.
Sin embargo, este recopilatorio no es solo un ajuste de cuentas intelectual o político. Es también un canto a una forma tradicional de entender España, un viejo término casi olvidado por una preterición inducida.
Sus páginas contienen pullas aceradas para quienes el autor considera merecedores de ellas, pero también palabras respetuosas hacia aquellos cuya forma de estar en la vida es digna de elogio y, como decíamos, de respeto.
Por estas páginas transitan truhanes enfundados en palabras vacuas, que chocan frontalmente con su forma de vivir, y también algún viejecito aterido de frío, invisible para los demás en una solitaria Nochebuena. Todo un tratado sociológico encapsulado en una imagen.
El autor ajusta cuentas, como se decía, con aquellos que se ponían de perfil cuando el terrorismo acababa con cientos de personas y mutilaba a miles, incluidos niños.
Aquella indiferencia, proveniente incluso de sacristías, rotativas, televisiones y estudios de radio, hizo que el autor perdiera su fe en España.
Altas magistraturas y, en general, casi todo el pueblo español miraban hacia otra parte y solo mostraban su rechazo cuando la televisión se lo ordenaba, saliendo en masa a las calles según la popularidad —triste popularidad— del “justiciable”.
Pero no todo es tristeza, ni estas páginas son un obituario de España y sus gentes. Es también un lenitivo, una pequeña pócima que parece pretender que se yergan las ancestrales banderas que recorrieron el mundo y que, en una feliz metonimia, alguien definió como la tierra en la que “no se ponía el sol”.
Que sean la Cruz de Borgoña y la roja y gualda, a ser posible.
La mezcla de artículos puede llevar al lector a un pequeño desconcierto, sin embargo, no se trata de asuntos inmiscibles; todos, al final, tienen un denominador común. Y en ello coinciden muchos escritores al decir que siempre se escribe sobre lo mismo: sobre las cosas que les son propias e inalienables.
El estilo de Hojas sueltas es ligero, con el propósito de dar a conocer hechos, personajes y situaciones. Solo en algunas de sus páginas parece primar la literatura sobre la urgencia del artículo, redactado a veces a uña de caballo.
En cualquier caso, parece que el autor ha sido incisivo y valiente, algo de agradecer en tiempos recios, en los que cualquier mesura y comedimiento son cautelas imprescindibles a la hora de escribir.