¿Por qué?
Ignoro el porqué. Un día ocurrió sin más. Reconozco que me preocupé, ¡y mucho!
«Es normal», me dijeron mis amigos más tarde. Sin embargo, yo no estaba preparado para experimentar esas sensaciones. Recuerdo que lo miré extrañado. Una y otra vez. Intenté disimular para que no se sintiera observado. Pregunté al universo qué era lo que había acontecido durante la noche para que esa mañana mi hijo, el cual se había acostado siendo un niño, despertara hecho todo un hombre.
«¿Qué pasa, papá?», me preguntó.
«Nada, nada… es que has perdido la sonrisa».
Y es que la sonrisa inocente de un niño es un bien tan preciado… Sentí una profunda tristeza por la pérdida de esta. La inocencia es como si fuera un delicioso pastelito relleno de cariño, cubierto de bondad por encima y adornado con un sirope de absoluta honestidad y gratitud. Sí, sé que suena un poco cursi. Pero imagina que estás acostumbrado a disfrutar de este pastel y un buen día preguntas: «¿Queda más?», sabiendo de antemano la respuesta…
Entonces se me ocurrió escribirle un cuento como regalo por su mayoría de edad. Con el tiempo, me he dado cuenta de que el cuento, en realidad, me lo regalaba a mí mismo. Escribirlo fue un proceso que me ayudó a superar que ya nunca más probaría ese postre… Tendría que acostumbrarme a probar otros muy diferentes.